30.12.06

Verdades

El ejemplo es más o menos así: alguien de mediana edad, digamos jóven, sale cada semana a girar por una plaza reclamando el final de un crímen cotidiano. Decimos “un” crímen de manera simbólica, ya que el objeto de la protesta se repite por miles a cada segundo en todo el mundo y, particularmente en nuestro país. Pero el hecho es “uno” ya que la mecánica es sistemáticamente la misma, pase lo que pase. Entonces el manifestante, anda incansablemente cada metro del espacio público portando a los gritos o en silencio su pancarta declamativa: “No a la matanza de animales”.
La gente pasa, lo mira divertida y sigue de largo, quizás pensando si la persona en cuestión (“el loquito”), no tendrá otra cosa mejor que hacer, algo útil como trabajar por ejemplo. El protagonista, acostumbrado a la burla o el simple acto de indiferencia, seguirá incólumne cada semana reclamando por lo que cree justo, más allá de saber que vive en un país en el que el acto de consumir carne forma parte de la idiosincrasia nacional, está ligada a cada uno de los momentos de la historia, y encima tiene un peso fundamental en la estructura económica de su organización interna.
Nada de esto importa a nuestro amigo. El seguirá ahí, por que también la lucha es parte de su idiosincracia y no va a rendirse fácil.

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Quien duda de que la noticia de que los crímenes de la Triple A serán perseguidos con la misma fuerza que los cometidos por la dictadura, es una gran noticia. Por lo menos asi lo percibieron los familiares de las cientos de victimas de esta orga de ultraderecha que asoló universidades, fábricas y cuanto lugar en donde hubiera alguien dispuesto a cambiar algo de lo mucho que está mal en este mundo.
La captura en España del ex – comisario Almirón, otrora subordinado del bizarrísimo y temible Brujo López Rega (“Lopecito”, ¿se acuerda General?) y posteriormente guardaespaldas de uno de los esbirros del franquismo, es una novedad que trae consigo aires de redención y de verdad, ya que ayuda a empezar a entender de una vez por todas la importancia de la “sociedad civil” en el horror que estaba por venir. Y también ayuda a acercarnos a la certeza de que la cúpula del Partido Justicialista (no leer la base), con Perón incluido y me hago cargo, fueron los que dieron el puntapié inicial a la matanza más grande de la que se tenga memoria en estas tierras. Aquel “para esos estúpidos que gritan, que han visto caer a sus dirigentes sin que aún halla sonado el escarmiento”, rebotará eternamente como la amenaza pública más grande y canalla que un dirigente político reconocido y masivo (y vaya si lo era), hiciera contra su propio pueblo o peor, contra sus propios seguidores.
Si, porque lo que se escuchó ese 1º de mayo de 1974 en la tradicional plaza del pueblo (¿o debería decir de los tanques y bombas?), fue el preludio de una masacre que el orador no encabezaría solo porque su ausencia física no lo permitió, ya que encontró el final solo dos meses después de aquellas trágicas palabras, quizás como la metáfora perfecta de lo que se agitaba impunemente sobre la cabeza de los argentinos sensibles: la muerte, una aliada incondicional del déspota que despuntaba escondido cobardemente tras un títere con tapado de piel y voz chillona, la excelentísima ex – primera dama a cargo a partir de allí del poder ejecutivo nacional.
Ese monstruo siniestro pero real (aunque a él le hubiera encantado ser un Gargamel criollo), ese humilde cabo de la policia, mago y cantante de varieté, se arrebujó sobre la memoria de su lider extinto y en nombre de él (que duda cabe), lideró durante un par de años al grupo de asesinos que marcaria el rumbo a los uniformados, secuestrando, torturando y asesinando maestros, artistas, obreros, políticos de profesión y cualquier cosa que tomara la forma humana (la forma del alma me refiero), muchos de ellos abnegados militantes de su propio partido, el que en definitiva “pondría la inmensa mayoría de los muertos”, como se jactan en remarcar hoy muchos orgullosos peronistas que resistieron y bien hacen en decirlo, aunque les cueste y les duela en el alma pensar a su querido Viejo al frente de semejante escarnio. Para eso está básicamente López Rega en la historiografia de muchos, para negar a Perón en su hora más oscura. Pero eso es harina de otro costal.
Lo cierto es que esta inmundicia de Almirón, ejecutante directo de muchos según dicen, se pudra encerrado lo poco que le quede de vida y sirva como faro que ilumine el sendero que deberían transitar indudablemente todos y cada uno de los que se calzaron la pilcha de matadores de sueños.
Los que se “sacrificaron” para que los demás puedan dormir tranquilos y sin tener que estar pensando en los “otros”, los “raros”, los “distintos” que se atrevían a soñar.

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El alivio que nos desbordó a algunos el viernes por la noche cuando encontraron a Luis Gerez, es más un reflejo humanitario que otra cosa. La alegria por los suyos, su familia, sus amigos, sus compañeros de militancia, y en fin por él mismo, un obrero de la construcción con conciencia social, un digno laburante de la calle; esa algarabía repito, es tan cierta como la certeza de que este hecho no es un capitulo aislado de una serie de acción yanqui, sino que es un eslabón más en la cadena de espanto que azotó con fuerza a la Argentina de los ’70 y que apareció (atenti acá) cada una de las veces que fue necesario, ya sea en forma de represión abierta e indiscriminada (20 de diciembre, Puente Pueyrredón) o secreta y selectivamente (Jorge Julio López, Gerez).
Y no es cuestión de siempre estar mirando “la mitad vacia del vaso”, ya que no resulta demasiado necesario buscarla (porque está cada vez más visible para todos), y va siendo difícil pensar que sea efectivamente la mitad…
¿A cuantos, realmente, en lo profundo de su conciencia social (si es que esta existe como entidad uniforme) le importa el caso Gerez, o mejor, el caso López aún sin resolución? ¿Es muy cínico decir que a casi nadie? ¿Es tan terrible pensar que pueden infinitamente mucho más los tiernos y publicitarios ojos azules de Axel Blumberg, que el cobrizo y bonachón gesto de Luis Gerez? ¿Es tan increíble aventurar que el grueso de la población se regocija pensando en cual de los amantes de Nora Dalmasso habrá sido el que puso fin a sus dias, mientras la boina raida de López nos mira como preguntando desde cada lugar en donde estamos? ¿Es tan loco pensar en que somos una mierda como sociedad?
No soy sociólogo, eso está a la vista por mi escaso vocabulario científico. Pero tampoco hay que ser un especialista para darse cuenta de que a nadie le importa un carajo de nada. Y eso duele.

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A veces me pregunto si todo el esfuerzo es al pedo. Es inevitable que esto pase, y no porque uno sea derrotista o flojo, sino que se torna difícil no caer en momentáneos pozos de desencanto, cuando la mierda lo rodea a uno y por momentos amenaza con taparlo. Creo que este es uno de esos momentos.
La desaparición de Jorge Julio López y el más reciente secuestro y aparición de Luis Gerez, actualizaron momentos de la historia nefasta de este pais y se plantaron para demostarle a los adalides de la reconciliación nacional sin memoria ni justicia, que las heridas abiertas siguen ardiendo como el primer dia, que las espinas siguen pinchando y que las víboras sueltas aún son capaces de infectarnos con su ponzoña. No son brujas de cuentos, no son ogros ni monstruos de la fantasia: son hombres de carne y hueso dispuestos a matar si es necesario por defender sus ideas, ligadas tanto al statu quo como a ciertas tradiciones tan nuestras como la carne asada.
Son el resabio de lo peor (¿o lo mejor?), de las fuerzas de seguridad, pero también son el “curita” de la esquina, el señor del almacén, la tia con los ruleros puestos y el pibe trajeado y con bronceado de máquina. Son pocos y son muchos. Son pocos cuando hay que ejecutar una orden o actuar a conciencia para acallar al enemigo, pero curiosamente se multiplican en asados, en quintas de fin de semana, en cumpleaños, en el subte, en la oficina o en plena calle a la luz del dia. Miles, millones, casi todos.
Los unos hicieron y hacen el trabajo sucio, el que a nadie le gusta. Son los que levantan el martillo y lo hunden en el cráneo del “otro” del “distinto”, del “raro” que no quiere o no puede “convivir” en orden. Como el marronero del frigorífico, son los que hacen lo que a nadie le gusta hacer: mancharse con sangre. Se saben decididos, convencidos de lo que hacen porque saben que sin ellos las ruedas no seguirán marchando, ya que los bravos terneros nacerán indefinidamente y siempre se necesitará a alguien para contener su bravía porque como todo el mundo sabe, “alguien lo tiene que hacer”. Se sienten señalados, se saben eternamente salpicados de dolor y de muerte, son concientes de que serán eyectados hacia el abismo como perejiles que son ante el menor atisbo de esparcir culpas. Pero como Etchecolatz y su crucifijo, certeramente conocen como nadie su destino signado por la imprescindibilidad. Por eso sonríen, mirando al cielo.
Sonríen porque saben que el asado del orden nos lo comemos todos, la inmensa mayoria que acompaña con su silencio cómplice el genocidio cotidiano. Saboreamos las entrañas, nos deleitamos con el juguito que chorrean las visceras y le pasamos el pancito cada vez. Nadie se animaria a mirar a la cara la voluntad vencida del caido, del sepultado por la fuerza o del que vaga sin vida condenado para siempre por su pertenencia de clase. Total si pobres hubo siempre.

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A todo el mundo le gusta el orden bien entendido. Que todo marche en paz y tranquilidad. Creo que nadie se atrevería a decir lo contrario. Esta no es la discusión, ni el problema. El punto es a que tipo de orden nos referimos y cual es el costo para obtenerlo.
Si decimos o pensamos (y no lo decimos), que “la paz social” es tener lejos de uno y los suyos los problemas graves, entonces no nos temblará la conciencia cuando en nombre de la protección de nuestras conquistas individuales se realicen los peores atropellos a la dignidad humana. Eso hicieron la Triple A, los milicos y todos los que alguna vez ordenaron una represión. Mientras la cosa fue “selectiva”, o sea contra “la subversión”, “los piqueteros duros” o “los marginales de una villa”, nadie se escandalizó, e incluso muchos aplaudieron o aprobaron el accionar en cuestión. Pero cuando ese monstruo descontrolado que es el poder se “desbordó” (como siempre le sucede), hasta alcanzar a la “gente buena”, ahí empezó a picar el bichito de la culpa y no quedó más remedio que empezar a limpiar la tabla de “perejiles” y hacer otro guiso con más sabor a democracia.
Ahora bien, si el sentido que le damos a esas dos palabras (recordamos, paz social), es el de un pais en el que nadie duerma en las calles, nadie pase hambre, todos tengan el mismo o similar acceso a las comodidades y ya no halla que lamentar muertes inútiles, entonces nos estaremos aproximando al verdadero sentido que la expresión encierra.
Nuestra pancarta fue, es y siempre será la misma: “No a la matanza de personas”, de ninguna forma, ni por el lento y silencioso genocidio de la pobreza o por la inmediatez de una bala en plena nuca. No importa que se burlen, que piensen que estamos “loquitos”, que se hagan a un lado como esquivando a un ciruja, que nos señalen con sus miradas plenas de desprecio.
No interesa porque nunca interesó. Sabemos que somos pocos, que cuesta cada vez más y que los perejiles siguen flotando como fantasmas a nuestro alrededor. Pero también sabemos que si bien los brazos se cansan de sostener la pancarta de la verdad, esa VERDAD es simultáneamente la síntesis perfecta de la racionalidad humana y lo único que realmente nos diferencia de las bestias.
Y que la fuerza renovadora provendrá únicamente de la memoria.

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(Les regalo la última contratapa de Osvaldo, uno que viene marchando y sosteniendo la verdad desde hace como 60 años. Les sugiero que presten atención a la parte en que habla del peronismo versión 70's, es uno de los pocos que se animan a decirlo. Habria que sacar todos los monumentos que existen de Roca y reemplazarlos por uno de Bayer. La chapa diría "Dignidad")

22.12.06

Los Muertos


A cinco años de los hechos del 19 y 20 de diciembre, este es mi humile homenaje a los casi 40 argentinos caidos.



*1

Que distinto se veía todo desde el suelo. Las copas de los árboles parecían infinitamente lejanas, movidas apenas por la tenue brisa de diciembre. El cielo abarcaba ahora casi todo, incluso la ropa de ese hombre que agitaba los brazos frente a su cara. Era enorme el hombre. Y la mujer con el vestido verde también, y el chico de la gorra, y el gordo de rojo. Todos. Eran gigantes, vistos desde ahí, desde esa agradable sensación de comodidad que lo invadió en el instante eterno, desde ese paraíso sin tiempo donde no había nada que decidir, sólo estar. El calor del asfalto contra la mejilla lo reconfortó, al tiempo que una mano generosa le acariciaba el cabello húmedo. La risa de Miguel volvió a rebotar en su cabeza y el pensamiento luchó por entender la razón de ese momento, pero había una fuerza desconocida que se lo impedía.
La misma fuerza que lo invita a cerrar los párpados que, extrañamente, pesan ahora más que nunca.


*2

No entiende por qué, pero ahora está con Zulma en la casilla. Ella lo mira a los ojos, lo escruta, le endereza la mirada perdida y le busca la boca con sus labios. El no se resiste y deja hacer. Ella juega con su lengua, le lame la boca, después la barbilla, para terminar en la oreja izquierda. Juega con el lóbulo un rato y se aparta sorpresivamente. El la mira impaciente pero callado, al tiempo que descubre que el temblor ha desaparecido. Tambíen nota sin mirar que la erección es evidente bajo la suave tela del joggin gastado. No tiene tiempo de avergonzarse, porque ella se saca el buzo de un movimiento y deja a la vista de una sucia luz de lámpara sus pezones rosados. Era la primera vez que veía unas tetas tan de cerca, exceptuando las de Doña Coca, que tenía la costumbre de cambiarse con la ventana abierta para que los pendejos del barrio la miraran. Pero esas eran viejas y caídas, en cambio las de Zulma eran redondas y paradas, no muy grandes, pero firmes.
Marito abandona su posición estática y se acerca, le envuelve la cintura con un brazo y con el otro le toma el rostro. La besa largamente y ella lo empuja luego para abajo, le ofrece su pecho orgulloso. El lame sus pezones con detenimiento y ella gime bajito. Después desciende despacio, retira la molestia del pantalón, desliza con delicadeza la bombachita blanca y hunde su incipiente bigote en la poblada superficie púbica de Zulma, que lo mira extasiada desde lo alto. Ahí ella se precipita y le arranca la ropa a Marito. Primero, lo de arriba, después el joggin y por último el calzoncillo. Le toma un brazo y lo arrastra con furia a la cama deshecha.

Una hora despúes, caminan juntos por una de las callejuelas de la villa. Marito estaba un poco enojado porque Zulma no quería saber nada con que los vean de la mano y eso a él le parecía un desprecio. Ella dijo que era por el Tito, que hacía poco que habían cortado y que se podía encular, pero él no le creyó nada. La verdad era que le daba verguenza que la vieran con un pendejo de catorce, justamente a ella, que había andado con todos los capitos del barrio. Igual a Mario no le importó. Se sentía muy bien, como liberado de una pesada carga. No veía el momento de contarles a los pibes. Ya se imaginaba la cara del Tocha y de Miguel. Cuando se enteraran que se había volteado a la Zulma, no le iban a creer, seguro. Ellos ya habían debutado hace rato, pero fue con pibas de su edad y media fuleras además. La Zulma era otra cosa, andaba por los veintitres y encima era un camión.
Después de caminar y charlar un buen rato, Zulma dijo que se tenía que ir pero que podían encontrarse al otro día a la tarde. Marito aprobó con la cabeza y estiró sus labios hacia adelante esperando aunque más no sea el pico de despedida. Ella miró disimuladamente hacia los costados y al no ver a nadie cerca le dió un corto e intenso beso en la boca y salió a paso rápido para la casa. Mario se quedó parado en el lugar, mirándola alejarse con una mueca de satisfacción dibujada en su cara de pibe y las manos en los bolsillos.
En el trayecto a casa trató de recordar lo último bueno que le había pasado antes de esa tarde. Cuando llegó a la puerta de chapa gris, aún no se le había ocurrido nada.


*3

Adalberto se paró en silencio y caminó despacio hasta el sofá principal de la sala. Miró unos instantes el parque, aspiró su pipa, y se dejó caer pesadamente en los mullidos almohadones, al tiempo que exhalaba una espesa nube de humo blanco. Así se quedó un buen rato. Los otros ni se inmutaron y comenzaron rápidamente una conversación sobre las bondades del vino andaluz. Ya estaban acostumbrados a los arranques de su amigo, tanto, que lo ignoraban por completo. Sabían que Adalberto detestaba perder, más, como decía él, en ocasiones donde la derrota era evitable. Y es cierto que ese día el ingeniero Arregui, su ocasional pareja de cartas, no había puesto demasiado empeño en la partida, lo que hizo que Pipo y Galván los vencieran sin más trámite. Ellos se tomaban la partida semanal como un respiro del trajín diario y se burlaban del empeño de Adalberto por no perder jamás. El, en cambio los acusaba de mediocres, afirmación que lograba solamente alimentar en sus compañeros la bateria de chanzas sobre su mal tino.
Se habían pasado casi tres horas jugando y la noche ya lucía bien entrada en el Buenos Aires Golf. Los cuatro hombres se reunieron en el restaurant del club y pidieron una picada completa. Luego estuvieron diez minutos discutiendo que vino pedirían y decidieron echarlo a suerte. Cada uno eligió un número inferior al diez y le solicitaron a la moza que dijera uno al azar hasta que coincidiera con alguno de los escogidos. Arregui resultó el agraciado y pidió el blanco de siempre. Mientras esperaban, alguien tiró el tema de la selección y se engancharon rapidamente a debatir si tenía que jugar Crespo o Batistuta adelante. Como siempre Pipo sacaba pecho y opinaba como un erudito, apoyándose en la admiración que despertaba en los otros el hecho de haber llegado a la tercera de River y de haber compartido dos entrenamientos con el Beto Alonso, El Pato Fillol y otros próceres de época. No era mucho, pero entre hombres de escasa historia deportiva, alcanzaba para evocar respetuosos silencios ante su estudiada prédica de profeta de la redonda. En esta ocasión defenestraba al técnico Bielsa por su rigidez de conceptos, posición que, según Pipo, lo conducirían junto al seleccionado, al inevitable fracaso. Adalberto pensó que tal afirmación era terriblemente idiota, teniendo en cuenta la facilidad con la que la albiceleste transitaba la eliminatoria mundialista. A pesar de ello no se atrevió a contradecir a esa especie de Sanffilippo venido a menos que era Pipo, y como siempre, se limitó a aprobar con una mueca silenciosa.
Ya en la comida, a alguien se le ocurrió tirar el tema político. A los acostumbrados comentarios sobre la ineptitud presidencial le siguieron las especulaciones sobre la marcha de la economía y los corrillos del poder, los cuales tenían siempre la claridad para ver complots en las sombras. Galván estiraba el cogote y largaba su metralla conceptual, aprovechando un poco sus naturales conocimientos en la materia y otro tanto el atropello de su soberbia intelectual. Alguna vez supo militar en el peronismo en los oscuros días del brujo, peró después se borró un tiempo largo hasta que “el compañero Carlos”, como le decía a Menem, empezaba a transformar en recuerdo las promesas electorales y a cumplir los pactos financieros. Ahí fue convocado, junto a otros economistas del palo, a actuar como una especie de consultor extraoficial del estado en cuestiones varias. En esos días César Galván se debatía en la desesperación de su bancarrota personal, luego de que la pequeña cadena de supermercados que regenteaba en Munro colapsara con la hiper que empujó a Alfonsín a la renuncia. Curiosamente, o no tanto, su situación dió un vuelco en pocos meses y hoy era uno de los tipos más poderosos de la ciudad. La cuestión era entonces clara: el rey debía volver al trono y sus súbditos bregaban incansablemente por ello. La imagen de preso político era el slogan que más les gustaba a los operadores del riojano y Galván no se cansaba de repetir que ‘Carlitos’ era la víctima, el pato de la boda de la miopía de un gobierno desgastado.
Entusiasmados con la discusión, los cuatro hombres no repararon en lo tarde que era hasta que Pipo se paró de golpe y avisó que se iba. Los demás siguieron el ejemplo y comenzaron a recoger los abrigos. Al salir al parque, donde descansaban desde temprano los autos, se detuvieron un momento más para despedirse, y fue ahí, entre apretones de manos y palmadas en el hombro, cuando Adalberto deslizó la posibilidad de un golpe. Sus compañeros lo miraron con cara de nada y el único que atinó a algo fue Arregui, a quién no se le ocurrió más que bromear sobre las incomparables ventajas del orden. Las últimas palabras del ingeniero fueron acompañadas por el ruido que provocó la puerta del auto de Galván al cerrarse.


*4

A veces Mario se despertaba solo en medio de la noche y no se dormía más. Depositaba la mirada en un punto perdido de la oscuridad y trataba de acordarse de su madre. Tenía cuatro años cuando ella murió y desde aquel momento infantil no se la podía sacar de la cabeza. Pero más que su figura regordeta, rebotaba en su mente la voz, suave, fluida, gentil. Aquel acento correntino de su Esquina natal flotaba en la cabeza de Mario y cobraba verdadero impacto cuando descansaba en esas dos palabras que tanto extraña ahora: mi gurí. Entonces ahí llora. Y es curioso, porque no es de lágrima fácil, pero inevitablemente en las veladas privadas con mamá Estela le brotan de adentro, muy de adentro, los dolores de la ausencia. De tantas palabras sin respuesta.
Pensando en todo eso lo agarra a veces el gallo de Ignacio y se putea a si mismo por no haber dormido nada. Se incorpora lento, se viste, se calza las alpargatas y prende la hornilla. Pone el agua para el mate y se sienta en el banquito de mimbre a esperar a que el viejo reaccione. Cuando esto pasa, Mario ya le está dando las primeras chupadas al amargo con la mirada puesta en el catre de enfrente, atento como el cazador con la presa. A Don Pereira, como lo conocen en la villa, le está costando cada vez más levantarse. Ya no es un pibe, y los casi sesenta años de esfuerzos desmedidos han hecho mella en el menudo cuerpo del hombre. Se enjuaga la cara tres veces, se pone la camiseta de algodón, la infaltable boina azul y se sienta junto a su hijo, que ya lo está aguardando con el brazo extendido y la humeante ofrenda en la mano.
No hablan casi. Pereira canturrea un tango, mientras su pibe dibuja monigotes en el piso de tierra. De lejos llegan las primeras cumbias del día. Mario se asoma a la calle, tirita un poco, y empuja su cuerpo al exterior. Desata el carro, ajusta la rienda y se entretiene acariciando al Leopoldo, puro hueso ya el pobre. Cuando Pereira sale, su hijo pega un salto ágil y trepa al desvencijado aparato que cruje bajo el peso de los cuerpos. El más joven de los hombres ayuda al mayor, quien ya a bordo toma el control de la extraña nave, la que ahora despega abriéndose paso entre la multitud de perros que saludan su partida. Así es cada comienzo. A veces Mario piensa que nunca hubo un ayer, y que están eternamente despertando el mismo día, una y otra vez.
Por eso prefiere los sueños.


*5

Adalberto sabe que no tiene necesidad de ir. Sabe que Emilio es eficiente, que tiene todo bajo control y no lo quiere dando vueltas por el negocio. Pero él no se acostumbra a la vida de jubilado virtual que le propuso el médico, desde que en julio le dió ese patatús que casi lo pasa a retiro definitivo. “Mierda me van a retirar”, pensó mientras sorbía el capuccino y escuchaba las noticias de las ocho.
El señor Aranguren, como le llamaban sus empleados, tenía una concepción dura respecto a la relación patrón-empleado. Sostenía que mientras la paga fuera buena, el empleado debía someterse a todos y cada uno de los dictámenes del dueño, sin chistar jamás. El primer problema entonces, era evaluar desde que punto de vista los salarios de “Electrhogar SA” eran los justos. En realidad la paga no distaba de los valores normales del mercado, pero a ojos del dueño sus empleados eran sin dudas afortunadísimos de trabajar para él. Así se sucedieron, en los veinticinco años de la firma, carradas de disputas legales y de las otras. Adalberto entendía esto como gajes del oficio, pero la aparente dureza externa se transformó con los años en un problema cardíaco crónico, que estalló en julio, cuando un tal Miranda, empleado del departamento de ventas, se cobró dos sueldos atrasados llevándose para siempre varias unidades del nuevo modelo de grabadora de minidisc que lanzó la Sony para el invierno. El preinfarto le valió al patrón doce días de internación y visitas semanales al médico en los dos meses siguientes. Por supuesto que a Miranda no lo vieron más.
Pero ahora se sentía como un nene. Eso sí, estaba preocupado por los kilos que había engordado en los dos meses de parate. Cuando salía de la casa, se plantó de perfil frente al espejo del living y palpó su abdómen bajo la impecable camisa de seda italiana, regalo de Isabel para el último aniversario de casados. Hizo un gesto de contrariedad y siguió camino al auto. Se sentó y pensó que el domingo era un buen día para arrancar a trotar.
Giró la llave y el Mercedes murmuró su música. Ese auto era una de sus posesiones mas queridas. Se lo había hecho traer especialmente de Alemania cuando las restricciones a los importados eran tan escasas como irrisorias. Lo cuidaba como un hijo, y no permitía que lo tocara nadie. Los domingos, le dedicaba la tarde entera. Se refugiaba en la cochera y mientras escuchaba los partidos de San Lorenzo, se encargaba de hacerlo brillar como si fuera una gema. Era, sin dudas, su mayor orgullo.
Aquella mañana estaba bastante apurado porque a las nueve llegaba un pedido de televisores de nueva línea y quería supervisar que todo estuviera en orden. Trataba de evitar los semáforos pero en las avenidas se hacía imposible, y él no era amigo de pasarlos por alto. Fue en uno de ellos donde al detenerse, un chico se acercó para lavarle el vidrio. Adalberto se apresuró a señalarle que no lo haga, pero el pibe insistió. No tendría más de doce años y lucía muy desarrapado, usaba gorra y unas zapatillas de lona gastadas. El pibe comenzó a hacer su trabajo sin darle importancia a los espamentos que hacía el dueño desde dentro, y en menos de un minuto lo tenía listo. Apresurado, y antes que cortara el semáforo, se aproximó a la ventana y sin decir palabra alguna, estiro su brazo con la palma hacia arriba en busca de la recompensa. Adalberto lo miró con bronca y le dijo que ni piense que le iba a dar nada por un trabajo que él no solicitó. “A ustedes lo que les falta es educación”, agregó después, justo un instante antes de que el nene le escupa la cara e inicie veloz carrera hacia el cordón. Cuando la furia buscaba la puerta, el semáforo cortó el rojo y escuchó las bocinas crepitar. Apretó el acelerador a fondo y salió como un bólido, acción que sin embargo le permitió ver al pibe sonreir, socarrón, desde la seguridad de la vereda. Mientras secaba su cara con un pañuelo, odió en silencio. En las cuadras restantes sus labios sólo repitieron una frase. “Negros de mierda. Negros de mierda. Negros de mierda.”


*6

Miguel aspiró profundo y con deleite. Al exhalar hizo aros con el humo y sus amigos le festejaron la rara habilidad. Era el único del trio que sabía el truquito y no dejaba pasar oportunidad de hacerlo recordar. Se entretuvo un poco más observando el pitillo entre su dedos sucios y el Tocha apuró el trámite:
- Dale la concha de tu madre-, dijo sonoramente mientras le arrebataba el cigarro de la mano. Fumó despacio y cuando largó el aire viciado estalló en reclamos. - Decime pedazo de forro, ¿no podías traer algo mejor? Para eso me hago uno con esto y me sale más barato-, dijo mientras acercaba a la cara de Miguel un manojo de yuyos que arrancó del suelo. El otro levantó los hombros, lo miró ofendido e intentó una respuesta, - ¿Que querés que haga che? ¿No viste como están las cosas? No es como antes loco. Si querés mejor merca hay que ponerse ¿O que te crees que la regalan?-. Miguel se sentó sobre una gran mata y escupió molesto sobre la chapa que yacía desde vaya saber cuando en ese cementerio de desperdicios. La flema se deslizó, lenta, hasta tocar la tierra.
Ese lugar del pastizal, era el refugio preferido de los tres amigos. Siempre que había algo que hablar, encaraban para allá y eran capaces de quedarse horas sentados entre los pajonales, discutiendo, dándose consejos y contando algún chiste nuevo. También, como aquella tarde de domingo, para fumar.
Miguel , el Miqui, era un poco el líder del grupo, el guía. El año y medio que les llevaba a los otros dos era una especie de título implícito que lo autorizaba a disertar sobre la vida y sobre los hombres tal como si fuera un sabio. Era, además, el que tenía encima las experiencias más fuertes. Entre sus hazañas estaban el haber debutado a los nueve años con la Irma, una prostituta paraguaya que vivía en la villa y que atendía todo tipo de necesidades masculinas. También había sido el primero que conoció el centro, la cancha de Boca y el cigarro. Y claro también, fue el primero que conoció un calabozo. Estuvo seis meses en un correcional de menores después de pegarle un tiro en la gamba a un almacenero que se resistió a un afano. El otro, el Julio, un tipo grande y con experiencia, logró rajar a tiempo, pero él se patinó cuando quiso saltar una pared. La paliza que le dieron los milicos en la comisaría fue de novela .Le valió cinco días de internación y una cicatriz eterna sobre su ojo derecho. Lo condenaron a cinco años, pero a los seis meses pudo escapar. El, jura que el tiro se le escapó, aunque admite sin dudar que si lo hubiera tenido que limpiar, lo limpiaba.
Marito, es en cambio el más inexperto. Su temperamento introvertido lo convertía un poco en el benjamín del equipo, a pesar de que por edad, es el segundo después del Miqui. No hablaba mucho, por eso cuando lo hacía, sus compañeros lo escuchaban con atención, aunque algunas veces se burlaran de su voz, que no terminaba de definirse entre la del niño que se había ido y el hombre que aún no llegaba. Pero esa tarde ambos esperaron expectantes el anuncio que estaba por hacer.
- Me cogí a la Zulma-, dijo, serio.
- Dejáte de romper las bolas gil-, dijo el Tocha mientras inclinaba su cabeza para un costado y acompañaba el movimiento levantando uno de los lados de su boca.
- En serio boludo - continuó Mario - se la dí en la casa.
- Y ¿desde cuando te ves vos con la Zulma vos?- siguió desconfiado Tocha -, porque que yo me acuerde nunca dijistes nada vos.
- No me veía, tarado, fue todo de golpe- se ofuscó Mario -. El lunes volvía con mi viejo de la recorrida y cuando voy a atar al Leo pasa y se me pone a hablar. Me chamulló un rato y terminó diciéndome si no le arreglaba la pata de la cama que se le había roto. Yo no sé un carajo de arreglar camas, pero igual me mandé. La cuestión que allá la mina me dijo que era todo mentira y que en realidad estaba caliente conmigo.
- ¿Y? - preguntó Miguel impaciente.
- Y nada boludo, me la cogí.
- ¿Así de fácil che? - insistió Miqui, todavía no muy convencido.
- Si nabo, y en la semana me la curtí dos veces más.
- Miralo al Mario, loco - festejó Tocha dirigiéndose a Miguel - Buen culito para el debut ¿no?.
- Bien chabón, te felicito. Ahora sos un hombre hecho y derecho - ironizó Miguel.
- ¿Por que no me chupás la pija , boludo? - preguntó Mario sonriendo timidamente.
- Eh loco, recién empezás y ya querés pete también. Hay que ir despacio che - bromeó Miqui palmeándolo en la espalda.

La tarde caía en la villa y los amigos se despidieron. Cuando Mario no había hecho ni diez pasos oyó que lo chistaban. Cuando volteó lo vió al Miguel que le hacía un gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba, acompañado con un guiño de ojos. Marito sonrió y lo saludó con la cabeza.
Fue la ultima vez que vió a Miguel.


*7

El silencio se adueño de la mesa. Luego, lentamente, fue ganado por el ahogado sollozo de Eugenia que, desconsolada, hundía el llanto en el hombro de su madre. Isabel, acariciaba el cabello de su hija mientras dirigía una mirada de condena a su marido, que masticaba impertérrito un pedazo de vacio.
Ese domingo los Aranguren festejaban los diecisiete años de Eugenia con una reunión intima. La jóven no había querido fiesta, pues prefería compartir con su familia ese momento especial que sería aprovechado para presentar al primer novio oficial. El muchacho resultó ser encantador para todos, incluso para Adalberto, quién celebró con particular interés el hecho de que el pretendiente fuera hijo de un matrimonio de australianos que estaban en el país desde la época de Lanusse. Emilio preparó el asado, que como siempre le salió exquisito, y en la comida todos se divirtieron escuchando las mentiras de Adalberto y el tío Saúl sobre sus cacerías patagónicas . Hasta ahí todo iba bien, pero la cuestión se puso fea cuando Wilbur, tal era el nombre del muchacho, comentó muy suelto de cuerpo los planes que tenían con Eugenia para viajar en el corto tiempo a Sidney, lugar de donde eran originarios sus padres. Desde la cabecera, Adalberto miró incrédulo a Wilbur y se rió con ganas, para luego preguntar si todos los australianos eran tan pelotudos como él. El joven lo observó extrañado y le pidió que se disculpara por sus dichos, a lo que el señor Aranguren, como lo había llamado Wilbur desde el principio, respondió parándose de la silla e indicándo la puerta de calle, todo ante la mirada atónita de Eugenia y los demás comensales. Wilbur apretó las mandíbulas, saludó con un rapido movimiento de su mano derecha, recogió su campera y salió sin hacer comentario alguno. Adalberto se sentó y sin inmutarse en lo absoluto, continuó comiendo.
Ese fue el final del cumpleaños. Eugenia se paró bruscamente y salió corriendo para su pieza, atrás se fue la madre y en la mesa se hizo casi imposible hilvanar una conversación. El tío Saúl intentó apaciguar las aguas con un comentario futbolero, pero casi nadie le siguió el ritmo. Terminaron de comer en silencio y la abuela Carmen pidió que la alcanzaran a su casa. Junto a ella los demás familiares se fueron yendo y en pocos minutos, Adalberto se encontró sólo con su hijo mayor. Emilio le pidió que saliera un rato y le prometió que tratariá de hablar con su hermana para hacerla entrar en razón. Su hijo nunca le había fallado. Sintió un gran orgullo por él, y le y aceptó el consejo. Hizo un llamado telefónico y salió.
Tocó bocina y Aldo salió, como siempre, vestido deportivamente. Adalberto pensó que se veía ridículo en esos pantalones bolsudos que usaba, pero también consideró un mérito el hecho de hacer lo que quería sin importarle el que dirán. Aldo abrió la puerta,tiró su bolso en el asiento de atrás y se sentó pesadamente en la butaca del acompañante. ¿Así que te peleaste con tu hija?, comentó jocoso restándole importancia al hecho. Luego se dedicó a escuchar el relato de su amigo, mientras no dejaba de sonreir. A Adalberto le molestaba esa actitud y se preguntaba como hacía para pasarla tan bien, aún en los momentos más serios. En realidad lo envidiaba.
Cuando llegaron al polígono de tiro de Lanús, promediaba la tarde. Ambos solían reunirse allí cuando tenían ganas de disparar un rato. Adalberto, usaba el tiro para descargar las tensiones del negocio y como ahora, las de casa. Empuñar el arma era algo que lo exitaba sobremanera, como si se hiciera gigante, invencible, poderoso. Para Aldo en cambio, disparar era algo más familiar.
Aldo Gómez era un oficial retirado de la federal. Despúes de una carrera sin sobresaltos, fue nombrado comisario en la época de Camps y tuvo a cargo una de las comisarías con más movimiento de la capital en los años de fuego de la Argentina. Cuando Alfonsín juzgó a las juntas, le tocó ir a prisión junto a muchísimos policias y militares. Siempre decía que fueron años difíciles pero provechosos desde la experiencia. Despúes la historia conocida, la obediencia debida y la libertad. A su salida se había dedicado al negocio de seguridad, y puso una agencia en pleno corazón de Belgrano. Los primeros años fueron duros, pero con el crecimiento de la delincuencia en los noventa el mercado se amplió notablemente, igual que sus ingresos. Entonces fue que lo conoció a Adalberto, cuando éste se llegó a la agencia con la idea de colocar vigilancia en el negocio. Aldo lo asesoró sin problemas y lo que al principio era sólo una buena relación se transformó en una gran amistad.
Esa tarde, Adalberto Aranguren no le pegó a nada. La cara de Eugenia se le apareció por todos lados y no lo dejó tranquilo un segundo. Le dolía el dolor de su nena, pero no iba a aflojarle ni un poquito. Que se creía esa pendeja, a los diecisiete años. Y el otro mejor que no volviera a aparecer si no quería que lo saque a tiros.


*8

Ese día Mario se levantó con un intenso dolor en el estómago. Don Pereira dijo que sin duda era un empacho y él no le creyó nada porque siempre decía lo mismo, así fuera dolor en un talón o tos, el diagnóstico del padre era siempre el mismo: empacho. Pero cuando desataba al Leopoldo empezó a entender todo.
A lo lejos vió venir a Daiana, una de las primas de Miguel. Caminaba sola y muy lento hacia donde él estaba. Mario se hizo visera con la mano pues el sol ya asomaba y le daba justo en los ojos. A pesar de eso, le pareció ver que lloraba. Cuando estaba practicamente a su lado se adelantó a su encuentro y la chica estaba como en un ataque de nervios y lágrimas. El no sabía que hacer o decir y simplemente la tomó de ambos brazos y le pidió calma. Entrecortado por los sollozos repentinos, pudo comprender su dolor de estómago. Miguel, Miqui, su amigo, había sido abatido por la policía luego de un asalto. En ese instante, todo se volvió negro en el interior de su alma. Su pensamiento se obnuviló y sólo disparaba flashes que eran recuerdos de la cara de Miguel, de sus gestos, de sus bromas permanentes, de su risa eterna. Mario siempre le envidió eso, la risa, Era espamentosa, ruidosa y profunda. Sí, profunda, salía bien de adentro, se podía decir que Miguel se reía con los pulmones, con las vísceras, con el corazón. Siempre le envidió la risa al Miqui.
Se abrazaron y lloraron a mares. Marito no podía articular palabra. El shock emocional fue demasiado para él, tanto que casi no le permitía moverse. Se arrastró por las calles de tierra, que hoy eran barro para sus pies. Lo subieron a un auto y de un momento a otro le pareció que estaba en otro lugar, un poco más fino que la villa. Lo bajaron prácticamente a la rastra y sus ojos vieron luces y más luces, unos pasillos, una sala, y todo el dolor junto en los ojos de Doña Juana, la mamá de Miqui. En ese momento por primera vez reparó en los demás, los reconoció a todos. Pasó entre ellos y su camino se detuvo en la madera lustrada. La mirada tardó en llegar a su cara, pero al fín la vió. Un gesto de gozosa paz llenaba sus labios sin vida y su boca parecía querer decirle algo, un último consejo quizás. Apretó los ojos bien fuertes, le tomó las manos y esperó. Entonces escuchó como la carcajada de Miguel le pasaba por dentro, lo invadía, lo complacía. Y por fín entendió la verdad, de por qué Miguel se reía así, ahora más que nunca. Ese día comprendió que la muerte a veces podía ser mejor que la vida, que esa vida. Sintió que no morir, no era igual a vivir.
Ese día Mario, el amigo de Miguel, supo que los muertos eran ellos.


*9

¡Este tipo es un pelotudo! Los gritos de Adalberto resonaban por toda la casa. La situación social había estallado el día anterior, con saqueos a comercios, represión y caos generalizado. El dueño de Electrhogar SA, sentado a la mesa de su cocina y con los diarios en la mano no podía entender la falta de reacción del presidente. Y por primera vez en muchos años sintió temor. Temor por su empresa, su capital, su vida misma. La paranoia apocalíptica típica de su clase se había adueñado del cuerpo, tanto, que notó como sus manos habían empezado a temblar. Se bañó y afeitó a las apuradas y salió para el negocio, temiendo que lo peor aún estaba por llegar.
En el camino vió a las muchedumbres en las calles y recordó algo que no vivió sino por el relato de su padre; el 17 de octubre del 45. Las personas caminaban hacia Plaza de Mayo, como arrastradas por un tipo de fuerza convocante secreta, misteriosa, que nada tenía que ver con la política. La bronca contenida traducida a la acción era ese día violencia y destrucción en algunos, desinnibida actitud de desafio al poder, en otros.
El Mercedes se abrió paso como pudo y Adalberto pudo apreciar miradas acusadoras en los transeúntes. Sintió entonces él también una pavura extraña, premonitoria. Al llegar a la esquina de Electrhogar creyó desfallecer al ver como un hombre corría de adentro hacia afuera con un televisor entre sus manos. Atrás de él, una mujer gorda y de rasgos aindiados se escabullía con una tostadora, al tiempo que dos chiquitos se disputaban una Playstation gris claro. Ya frente a la puerta las palpitaciones le aumentaron el triple y creyó morir cuando vió a Emilio llorando desconsolado, perdido entre la turba enceguecida. Y cuando vió al tipo con el aerosol en la mano, ya había arrancado el auto. Lo último que llegó a ver en letras rojas sobre la vidriera revolvió aún más su orgullo herido: “Aranguren ladrón del pueblo”.
Con los ojos inyectados de ira, tomó su teléfono celular y marcó un número.


*10

Don Pereira pensó que no tendrián que haber salido esa mañana. Leopoldo estaba muy asustado por las explosiones que se escuchaban venir de la zona del centro y estaba meta corcovear. También Marito estaba inquieto, nervioso. A cada rato preguntaba a su padre que estaba pasando y este no sabía que decir. La desazón estaba en los rostros de cada una de las personas que veían. Algunas viejas cuchicheaban en las veredas, unos hombres miraban al cielo con las manos en los bolsillos, y otros parlamentaban casi a los gritos sobre culpas y culpables. Los chicos jugaban.
No sabe por qué, pero cuando Don Pereira vió saltar a su hijo del carro y correr como un poseso hacia la 9 de julio, no atinó a hacer nada para impedirlo. Sólo lo miró alejarse, hasta que sus ojos desgastados y el humo espeso que se elevaba hacia el cielo de Buenos Aires, lo transformaron en una mancha más entre las miles que rodaban por las calles.

Increíblemente Mario no tiene miedo. Siente el peligro, puede tocarlo, olerlo. Pero no tiene miedo. Se refriega la cara con los brazos una y otra vez pues algo le pica en los ojos, que no pueden parar de expulsar lágrimas. Se quita la remera y la ata alrededor de su cara, como los demás. Esos, todos, se agachan y juntan. Tiran, escupen, corren, escapan, vuelven. Los otros tienen armas y apuntan. Y tiran. Cerca de ellos, tipos como cualquiera también disparan contra todos. Se bajan de unos autos y tiran. Los otros avanzan con sus moles y bestias. Un hombre se desploma de pronto cerca de Mario. Es bastante mayor, “como papá”, piensa Marito. Las convulsiones invaden el cuerpo del hombre por un momento, pero no tarda en quedar inmóvil. Un hilo de sangre sale de su boca. Entonces Marito se agacha, recoge una piedra y la aprieta tanto en su mano que cree haberse cortado. Levanta la vista y se dispone a tirar. Prepara el brazo derecho y en el instante mismo en que va arrojar el proyectil, un calor insoportable se adueña de su torso desnudo. La piedra nunca saldrá de su mano derecha. El golpe de la cabeza en el asfalto es fuerte, pero no tanto para desmayarlo. Ahora el calor se transforma en ardor. Lo que eran gritos ahora son susurros.
“¡Quedate quieto pibe! Tranquilo por favor.”
Miguel ríe otra vez. ¿Donde estás Miqui?


*11

Hola, si! La voz de Aldo suena agitada al otro lado de la línea. De fondo se escuchan disparos, sirenas, gritos. Adalberto trata de armar una explicación minimamente coherente. Le cuesta una enormidad, es una bola de nervios. Su amigo lo interrumpe, le explica que esta en medio de un kilombo infernal. Antes de cortar le dice donde está, y que lo busque.
El Mercedes recorre un trecho más antes de ser abandonado con llave y todo por su dueño, que ahora camina como un zombi entre la turba. Las balas le zumban cerca del oído, los gases ya han comenzado a hacer su efecto, pero continúa su paso. Milagrosamente cruza la linea de fuego sin siquiera haberle rozado una piedra y ya está junto a los policias. Dos oficiales se acercan peligrosamente hacia él y cuando uno de ellos levanta su bastón para impactarlo, un grito de alto lo detiene. Aldo sale, ágil para su peso, de atrás de un Corsa gris y les informa a los agentes que no hay peligro, que él se encarga. Después de preguntarle varias veces si estaba loco, lo empujó a parapetarse tras un móvil. Las pedradas no cesaban y Adalberto pudo ver a varios agentes con heridas en sus rostros. Aldo apoyo su brazo en el capó y disparó varios tiros. En ese momento una piedra golpeó uno de los vidrios laterales de la camioneta y lo hizo estallar en mil pequeños fragmentos.
Adalberto sentía que su corazón estaba a punto de estallar. Se tocó la cara y se asustó al comprobar que hervía. La presión sobre sus ojos hinchados era casi insoportable. Los músculos del rostro estaban tan duros que apenas podía mover sus labios. Fue entonces que vino a su mente la sensación de placer que le causaba disparar. Casi como un autómata le pidió a Aldo un arma. El ex comisario dudó un segundo, tras el cual sacó un revolver de su cinturón y se lo entregó. Antes de poder preguntarle si estaba seguro de querer disparar, Adalberto ya se había parado y apretaba el gatillo como un loco, y sólo despues de haber vaciado el cargador entero hacia la multitud, se volvió a agachar. Aldo lo miró asombrado y no se atrevió a decir nada, mientras Aranguren repetía mecánicamente las mismas palabras:
- Se la dí a uno Aldo, se la dí a uno.

El avance repentino de la turba obligó al repliegue de las fuerzas de seguridad. Aldo lo tomó a Adalberto de las ropas y lo arrastró hasta un auto. La situación se había tornado incontrolable y Aldo lo sabía. Largó una puteada al aire y apretó el acelerador a fondo.


*12

La imágen vuelve todo el tiempo. Le martilla el cerebro, se lo exprime. La cara de ese muchacho es como una ráfaga de luz que enceguece, flashes poderosísimos que penetran sus entrañas y las cortan sin piedad. Una y otra vez el cuerpo menudo se sacude ante el impacto y vuelve a caer de bruces sobre la calle inhóspita. Y en cada caída duele más.
¿Qué puede hacer entonces? Nada. Absolutamente nada. No hay solución para él. Su condena es eterna. Su condena no conoce los límites físicos, duele más que cualquier tortura.
Es entonces que comprende que nunca más podrá dormir. Que la fuerza extraña que lo invade y lo martiriza estará ahí por siempre.
Es entonces que comprende que está muerto.

Mayo-junio 2002

17.12.06

Lágrimas II


“Honor a Estudiantes, el Robin Hood del fútbol argentino, el responsable de bajar de un sopapo al soberbio Boca Juniors, al que se creía campeón in eternum y ahora tiene una mancha que perdurará por los años de los años. Y fue Estudiantes, el heroico Estudiantes, protagonista de la hazaña”.
El Gráfico, Diciembre de 2006

Fue un domingo. Si, porque antes la fecha completa (o casi) se jugaba el domingo. Ese dia habia que ir a jugar a Vicente López, con Platense. Y casi con esfuerzo, mi viejo cumplió con su promesa de llevarme de visitante, de trasponer la 32 para ir a acompañar al equipo a la lejana y misteriosa Buenos Aires, un lugar odiado que tenía ese olor a humo que me hacia doler la cabeza. Pero el pincha lo valía, y ahí estábamos ya en ese destartalado micro de filial, por la Calchaquí.
Mi viejo, siempre más elegante de lo recomendable para situaciones de tinte popular, con sus mocasines, su camisa y la estampa soberbia del tipo de platea. Incómodo ante la cercana presencia de algunos conspicuos integrantes de la barra, teniendo que “hacer que agitaba”, porque en realidad, le rompia soberanamente las pelotas hacerlo. Su lema era: “el fútbol es un espectáculo, yo soy un espectador, si el espectáculo no me gusta, me voy y no voy más”. Y yo estallaba de ira porque no podía comprender tamaña demostración de amargura, de frialdad ante los colores queridos. Pero lo cierto es que hacía más de treinta años que él seguía a Estudiantes, y había visto a cada nene que era entendible su actualidad desahuciada.
También estaba mi hermano, que se prendió para no quedarse aburrido en casa. El acababa de consumar la traición más grande de la que se tenga memoria: le había vendido el alma a la camiseta azul y blanca, un poco por apatía con el fútbol, y otro por sus relaciones con ciertos miembros de la contra.
Y yo. Con la emoción prendida al pecho, la ansiedad clavada en el vidrio del ómnibus, mirando para afuera en búsqueda de algo que me dijera que ya estábamos ahí, en el escenario de la contienda, mientras los “muchachos” alentaban y nos sugerian hacerlo a nosotros también, mientras mi viejo ponía cara de fastidio y se mordía las puteadas.
Bueno, al final esa catramina trepó la General Paz y apareció la cancha del marrón, un modesto estadio sin terminar pero que tenía una particularidad que nosotros envidiábamos: era de cemento. Todavía se veía el paso del tren desde la tribuna, ya que aún la cabecera contraria a la ruta no existía. La parcialidad albirroja, que llegó en buen número para las épocas futbolísticas que corrían, se acomodó en la tribuna lateral, la más grande de todas destinada a los visitantes, y se cantó constante pero mesuradamente esperando al once pincharrata.
Si digo que me acuerdo algún detalle posterior al partido, miento. Porque el baile que nos pegó el calamar fue tal, que creo que mi mente borró selectivamente todo ese silencio que invadió cruelmente, primero la tribuna nuestra, y luego el viaje de vuelta a casa. Fueron 5 pepas directo al corazón, dos del Gordo Romagnoli, un ocho pelilargo y de fina pegada (al que años después me cansaría de insultar jugando para nosotros), que clavó un tiro libre en el ángulo; y otro gol, este si la estocada más jodida para el honor, de un ignoto centrodelantero extremadamente torpe que se transformó muy jóven en ex -jugador y conductor de TV: Diego Díaz…
¿Puede ser uno tan enfermo de acordarse así de un partido tan intrascendente, en una época del club tan intrascendente por no decir catastrófica? ¿Puede uno llevar clavada la estaca de un aluvión de goles de una tarde de domingo de hace más de 15 años? ¿Puede alguien recordar el momento exacto en que esa pelota impulsada en comba por el empeine derecho del jugador rival se clavaba impiadosa en el ángulo del buen arquero Yorno?
La respuesta es si, cuando ese partido significó el primero al que uno fue de visitante en su vida y que, además, es el emblema de un tiempo terriblemente sufrido, en el que ser hincha de Estudiantes era como ser de un cuadro del ascenso haciendo sus primeras armas en la A, luego de una larga historia peleando abajo.
La respuesta es si, si tomamos en cuenta que la cancha muchas veces estaba raleada de público, de hinchas acostumbrados a los triunfos y las gestas heroicas, y uno iba con la ilusión de pibe a ver al tucumano Aredes, al Pato McAllister, a Rubén Capria, al uruguayo Marsol Arias Sánchez, al Chivo Peinado, entre otros, y lás mas de las veces se volvía con las manos vacias, triste como una navidad sin regalos.
La respuesta definitivamente es si, porque ese partido para mi, resume lo que vivimos por más de 20 años esta generación de hinchas de Estudiantes que hoy nos abrazamos como locos en las tribunas del Amalfitani, mientras en la cancha este grupo de héroes le gritan la victoria en la cara el poderosísimo Boca, ni más ni menos.
En esa vuelta olímpica, con Caldera y la Brujita como símbolos, se encierra la redención de mil derrotas, de humillaciones constantes contra el rival de siempre, de tardes enteras de desencanto y de un descenso que dolió como una muerte.
Hoy como siempre Estudiantes contra todos, más allá de los aplausos dignos del rival, asombrado por tanto coraje.
Hoy como siempre, la emoción prendida en mi pecho, pensando en mi viejo, en mi abuela, en el Ruso y en tantos otros que dejaron la vida por estos colores. Como esos once leones que no me dejan fijar la vista, porque los ojos se me llenan de lágrimas una y otra vez, mientras me abrazo con mi amigo y con todos los que están cerca y lejos. Por que sé que hoy por fin, puedo mandar a la puta madre que lo parió el tiro libre y toda esa tarde de mierda en Vicente López, cuando crucé la General Paz para ver a mi querido león.

13.12.06

Lágrimas


Un dia lo conocí. Tan alto como es, vestido muy sencillamente, me invitó a pasar. Fue en su casa, me recibía para una entrevista, y él era por entonces una jóven promesa del semillero albirrojo en los tiempos difíciles que cerraban la peor década en la historia del club. Muy amable conversó de todo lo que le propuse y luego me despidió tan cordialmente como antes de su casa del barrio de La Loma, su barrio y el mio. Me pareció sincero, y definitivamente dejaba trasuntar su pasión por la roja y blanca.
Unos cuantos años después este presente de 5 goles en un mismo torneo, una marca nada despreciable para un defensor central, más si tenemos en cuenta que todos sirvieron para ganar partidos.
Como el del domingo 10 de diciembre de 2006 contra Arsenal, cuando saltó más que todos y la mandó al fondo. El gol no tuvo nada de especial en si, de cabeza y a cobrar. Pero inmediatamente después de hacerlo, Agustín Alayes, de él se trata, volvió rápidamente a su campo (como hacen todos los defensores cada vez que convierten), se besó la camiseta muchas veces y lloró desconsoladamente de alegría, como solo un auténtico hincha puede hacerlo.

***

Miró la hora, la cancha, la hora de nuevo, la tribuna y vuelta al reloj…no habia caso, el deseo, tan íntimo como ridículo de detener el tiempo se esfumaba de la cabeza del técnico. Ya se había imaginado junto a su mujer y los chicos, los parientes, amigos y por supuesto sus jugadores, entreverados todos en un abrazo inmenso, eterno.
Ya se había sorprendido fantaseando con estar en el museo del club, inscripto su nombre en bronce al lado de los más grandes, al lado del más grande.
Creia ya, solo hace instantes, que un próximo año repleto de triunfos se avecinaba y lo tenía a él como vedette indiscutida.
Pensó en los mexicanos y ya les habia dedicado en su mente una mueca burlona y una frase hiriente con ribetes revanchistas.
Pensó también varias veces como cumpliría la cábala que solo él conoce, luego claro de recibir el oro y elevarse varias veces sobre su propia humanidad.
Pero no. No pudo ser. “A veces pasa”, se dijo para si en un susurro, casi como para convencerse de algo que ni él mismo creía.
Pasó hecho una tromba por el túnel, entró de la misma forma al vestuario y se ahorró el violento y típico puñetazo a la pared, para encaminarse derechito al pequeño baño individual exclusivo para el técnico de Boca. Y recién ahí, en la intimidad sofocante de ese diminuto cuarto, Ricardo La Volpe se apretó fuerte los ojos con los dedos y dejó escapar el líquido contenido desde que el árbitro célebre pitó el final de ese maldito partido ante Lanús.

***

“Maldita sea mi elegancia”, pensó el Cholo mientras sentía como varios senderos de sudor le corrían por la espalda, bajo el impecable saco oscuro y la camisa de seda italiana.
Pese a una temperatura de locos, se mueve casi tanto como sus jugadores dentro del campo, va y viene jadeando por la frontera de cal que marca su territorio, como un león africano en una triste celda de zoológico. No puede negar su carácter.
No puede tampoco más con sus nervios, pero irónicamente le pide calma a todos los que tiene alrededor, con sus manos extendidas, sus palmas hacia abajo, agitándolas sin parar. “Tranquilos” pide enérgico, casi sin voz.
Afuera pero cerca, la multitud pincha delira palpitando un final para la historia. Adentro, el otro león (el disfrazado), descansa con su propia cabeza en la mano implorando a los “chicos” de la otra cancha que aguanten el resultado.
El Cholo se aprieta las sienes con ambas manos y aspira hondo. Faltan apenas unos instantes y…
Final. La gente, los fotógrafos, los pibes de la pelota, todos, se le abalanzan a los jugadores y a él, que se queda paralizado por el instante mágico.
En ese momento sucede.
¿El guerrero eterno de mil batallas? ¿El capitán argentino?¿El del cuchillo entre los dientes? No, no puede ser.
Si, lo es.
Diego Pablo Simeone, se paró unos segundos frente a la rugiente masa, apretó bien fuerte sus puños, se llenó la boca de aire, infló sus mejillas y luego soltó la carga acompañándola de un gesto inequívoco de victoria. Pero lo que sorprendió a todos, hasta a él mismo, fueron sus propios ojos humedecidos de emoción por el gran momento que le tocaba protagonizar.
“A veces está bueno emocionarse”, dijo después. Y tiene razón.

***

Gianinna pensó que no podría con el peso de su papá y se asustó mucho imaginándolo caer hasta el mismísimo campo. La Doce gritaba a rabiar y creyó que no la escuchaba pedir desesperadamente que se calme un poco y se hechara para atrás. Pero no era así: Diego la sentía bien de cerca, pero no encontraba manera de controlar su impulso loco por querer estar ahí abajo y comerle la cabeza al árbitro para que adicione más, porque eso asi no podía ser.
La justicia siempre tuvo en él un lindo paladín, bufonesco y trágico de a ratos, pero sin ninguna duda, apasionado. ¿No podia acaso él entrar a jugar? ¿No podía decirle al inútil de Marino como se debia meter un pase en cortada? ¿No podía hacer una pared con Palacio para llegar tocando hasta el fondo? ¿No podía meter la comba perfecta al área para la cabeza de Martín o el pibe Silvestre? Evidentemente no podía ya, pero su cerebro no estaba encendido para entenderlo. El corazón se había puesto tan grande que le ocupaba todo el cuerpo, lo desbordaba, le salía por la boca, justamente.
Elizondo dijo “no va más” con su silbato, y a Diego se le cayó el mundo encima. No podía pasar esto en su club, las estrellas estaban en el cielo solo para ser bajadas por Boca y por nadie más. Pero evidentemente también, eso no iba a pasar ese dia.
Buscó los ojos tiernos de la nena para consolarse, le mantuvo la mirada orgullosa por unas milésimas y ahí nomás, el 10 se largó a llorar ahogadamente sobre su hombro.

***

“¿Qué mierda me pasó para perderme ese partido?”, la maldita frase golpeó una y otra vez mi cabeza, mientras intentaba distraerme en otros placeres que no va al caso comentar. Mi mente iba y venia de las dos canchas como si se tratara de una pelotita de ping-pong. Y no me pregunten por qué, pero yo a esa hora estaba viajando en subte.
¡Una puta hora metido en las profundidades porteñas! Como un desorientado topo, buscando con desesperación la salida a la cancha, perdón, a la calle.
Mi radio no tenia señal en ese pozo y creo que tuve la inmensa mala suerte de estar justo en el único lugar del pais donde no habia otro boludo como yo con la oreja pegada a la Spika. Cogotié inútilmente una docena de veces para ambos lados buscando la mirada cómplice, el seño fruncido por la preocupación deportiva, un gesto amargo pleno de decepción o la sonrisa socarrona del que se sabe en la cima. Nada. Mujeres con chicos, hombres apáticos vestidos ridículamente, veteranas de shopping dominguero, adolescentes pavotas sumergidas en sus celulares…y yo, muerto de nervios, enfermo de ansiedad, temiendo lo mejor y lo peor al mismo tiempo.
Cuando al final ese suplicio terminó, mi cabeza asomó en territorio enemigo. Porque si en Retiro no contás cada dia cinco camisetas de Boca, no estás en Retiro. Decía entonces que el tormento llegaba a su término, ya que con la superficie mi aparatito oriental recuperaba su poder. Entonces resurgió potente la voz del comentarista de ocasión, un viejo insoportable que enganché de casualidad en la antifutbolera banda de FM, la única con la que yo contaba. Y este señor mayor, hablaba lento y no me decía lo que yo quería escuchar. Daba vueltas, utilizaba giros con pretendida astucia (solo pretendida), lanzaba ironias, pero posta-posta, nada. Tortura psi, hasta que solo me dí cuenta de una realidad: la única respuesta, la más importante, estaba en el silencio.
Todo estaba en silencio. El fondo del comentarista por empezar: ni un miserable cántico, ni uno solo de esos insoportables “Y Dale Boooo” que funcionaron siempre tan efectivos como arma temeraria de conciencias visitantes.
Y Retiro. Ni una camiseta auriazul a la vista, ni un solo pibito comecabeza saltando con una de esas cornetitas amarillo patito y, sorprendentemente, ni un solo banderín de plástico ondeando en la puerta de ningún bar. Ahí, recién en ese momento, comencé a pensar que era posible. Que cabía una pequeña pero luminosa posibilidad de que, encolumnados los planetas, se hallan dados los dos resultados.
Cuando confirmé, gracias a la pericia tardía del hombre de prensa lo que tanto habia soñado, justo en ese momento cruzaba la calle hacia la plaza. Infinidad de colectivos avanzaban sobre mi, sobre todos, sobre la humanidad. Nada importó porque ya había entendido lo que necesitaba y solo atiné a tomarme la cabeza con ambas manos y balancearla en una especie de autocaricia.
Ahí fue que sucedió lo que tantas veces imaginé.
Las lágrimas empezaron a brotar incontenibles como un manantial. Y nada les importó a ellas que el primer gesto púdico y estúpidamente masculino intentara secarlas, arrastrarlas y desalojarlas. Se renovaron una y otra vez y ya rendidas las manos, pasaron a dominar la situación.
Entonces me sorprendí llorando como un chico en medio de Buenos Aires, una asfixiante tarde de diciembre del año en que Estudiantes de La Plata, mi Estudiantes, dio una muestra más de algo que solo un hincha rojo y blanco a rayas puede entender: la mística.
Alayes, naturalmente, siempre lo entendió.

12.12.06

Te recuerdo Víctor


La imágen es cálida: una mujer enamorada que acude, con el cansancio del trajín diario a cuestas, al encuentro de su amor, que la espera. Todo lo malo de esa vida tan digna como miserable, se esfuma en ese pequeño lapso en el que no importa nada más que estar juntos, porque unidos nadie puede con ellos. Pero un dia el hombre no estuvo, y la mujer cambió esa sonrisa ancha por una mueca de tristeza que duró algo más de 17 largos años...

"Te recuerdo Amanda", uno de los más bellos temas del gran Víctor Jara, fue una de las primeras canciones folklóricas que me enseñó mi viejo, acompañándose de su guitarra criolla. A veces yo le hacía la segunda pegándole un poco al bombo legüero que él conservaba de sus épocas de peña, gloriosos tiempos para el folklore nuestro (de Latinoamérica, que se entienda), pero no tanto para nuestras libertades. Y asi pasábamos las tardes, cantando lo que otros sintieron y sufrieron.

Y hoy me acuerdo de mi viejo (de su sonrisa ancha), pero eso me pasa siempre. En realidad lo que queria contar, es que hoy lo recuerdo a Jara, aún no conociéndolo más que en fotos, ya que él murió seis años antes de que yo llegara al mundo. Víctor murió por la mano traidora de un asesino de uniforme. Como correspondía morir a un cantante de su pueblo que no se quiso ir cuando los malos ganaron, como solian ganar en la triste historia de nuestro continente. De otro modo no hubiera encajado...

Dicen que antes de ajusticiarlo, los soldados de la obediencia debida le destrozaron sus dedos a culatazos como símbolo del acallamiento de sus manos, desde siempre generosas con las cuerdas. Pero lo que estos energúmenos no sabían es que yo me iba a acordar de ellos hoy, 33 años y pico después de ese dia oscuro. Y que en este recuerdo no entran como los salvadores de nada, como siempre se autoproclamaron, sino que ocupan el tristísimo papel de verdugos de un cantante popular, de un presidente valiente como no los hubo, y de un pueblo que iniciaba su redención.

Hoy a 33 años de esos hechos, levanto mi copa para brindar con Víctor, con Salvador y con todos los chilenos dignos de ser llamados Hermanos Latinoaméricanos.
Hoy brindo por que se murió la muerte.
(Notas relacionadas: una linda de JPF acá, y otra de Dorfman acá)

25.11.06

Reggae internacional: Groundation se dirá GRANDEution *** En vivo en Niceto, miércoles 8 de noviembre


Esta es una critica que hice al concierto dado por la banda californiana Groundation hace ya unos dias en Buenos Aires. La verdad es que no conocia de mucho antes al grupo, y lo escuché con especial atención el mes anterior al recital, pero creanme que nunca agradeci tanto esa providencia...el mejor recital de mi vida, un sonido que dificilmente pueda escuchar a corto plazo. Y un cantante increible. Bueno lean y si pueden consigan el disco "Hebron Gate". Para más data lean la bio que hice en la página del programa (www.pisandonubes.com.ar), y ¡reggae roots para todo el mundo!

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Increible, majestuoso, maravilloso, impresionante…los sinónimos no alcanzan para describir lo que fue la gran noche de Niceto, con los Groundation como los mejores anfitriones musicales que un fan argentino del reggae podria haber imaginado. Y todas las páginas, revistas, blogs, fanzines o programas de radio atestiguarán a favor de tamaña afirmación y lo registaran en los grandes libros musicales de la historia argentina.
En la puerta de entrada del afamado local porteño donde se dieron cita los californianos, se podia leer: “Capacidad 1118 personas”. Quizás los números no sean exactos, pero lo cierto es que en su interior casi no cabia un alfiler en la pista principal, y los “vips” se veian desde abajo tan poblados como la “popular”. Todo un enorme grupo de gente que se exaltó casi sexualmente cuando vio aparecer por una de las bocas de acceso al escenario al diminuto pero gigante Harrison Stafford, (ataviado con una especie de turbante negro y luciendo su particular barba judaica), acompañado de sus compañeros de aventura, entre las cuales se destacaba naturalmente la única mujer del grupo (de la que desconozco el nombre), una morena proveniente de Jamaica, de una belleza pocas veces vista y a cargo de los coros. La ansiedad era mucha, los músicos se acomodaban y la banda de abajo presentía que estaba por presenciar algo histórico…
Y de golpe, los acordes jazzeros de “Jah Jah Know”, tema que abre el mejor disco editado a la fecha por Groundation (“Hebron gate” del 2002), comenzaron a sonar y la realidad se disolvió para dejar paso al sueño. El público entró en un sopor musical que lo depositó directamente en una pradera de reggae y dub, por la que todos rodamos durante las dos horas que duró el show (chequear esto, ya que no hubo tiempo para mirar el reloj…). A partir de ahí, los temas se sucedieron casi como en un solo track, ya que uno no lograba salir del asombro de lo que acababa de ver y escuchar, y ya estaban de nuevo ahí los yanquis estos para arrancar nuevas voces de asombro y admiración.
Uno a uno se fueron oyendo algunos de los temas de la buena placa aparecida hace dias nomás (“Upon the Bridge”), como “Me na in de”, “Nonbeliever”, “Upon the bridge”, “Seesaw” y “Mighty souls”, entre otros. Pero, los momentos cúlmines del show (al menos para este servidor), se dieron con cada una de las perlas del Hebron, el ya citado “Jah Jah know”, “Babilon rule dem”, “Weeping pirates”, “Picture on the wall”, “Undivided” y “Freedom taking over”. Una salvedad para el caso de estas dos últimas piezas: en la grabación original, colaboran en las voces los clásicos The Congos (de conocidas armonias en tono falsete) y la estrella reggae Don Carlos. La fiesta hubiera sido completa si ellos se hubieran presentado en el local de Palermo, pero creanme amigos que no fue necesario, ya que Stafford sacó a relucir sus recursos vocales y generó tres voces distintas en la misma canción…¡tres! Realmente increíble lo que hace ese tipo con ese registro tan extraño, ridículo cuando habla con el público (como lo hizo varias veces en la noche, agradeciendo emocionado el respeto), pero que se nutre de unos pulmones inmensos.
Luego de este huracán roots-dub, la banda hizo una pausa y ahí se desató una locura generalizada solo comparable a la fidelidad de una hinchada de fútbol. La gente pedia más a gritos, se enojaba con los relojes por no pararse solo por respeto con el momento, y rogaba que las impiadosas luces no apagaran la magia de la música en vivo de una banda que mostró la brillantez del ya citado Stafford, pero además a un talentosísimo tecladista que hizo parar los pelos de más de uno con sus solos furiosos (Marcus Urani), a un embajador del jazz dentro de la banda (el trompetista, David Chachere) y a un virtuoso del trombón como Kelsey Howard.
Pero lamentablemente todo tiene que terminar dice la lógica, y Groundation se fue de Buenos Aires regalando un par más de sus canciones y una explosiva versión de “Exodus” que desató un descontrolado pogo entre los presentes.
No mucho más para decir, no al menos en términos periodísticos. Agregar si, que la nota negra de la noche la dio la gente del lugar, al retrasar indefinidamente el ingreso del público, tanto que impidió que muchos (como el que suscribe), pudieran disfrutar de la muy buena banda argentina Holy Piby. Pésimo Niceto, un club con excelentes cualidades técnicas para disfrutar de la música, pero con un criterio que de tan comercial termina rayando en la falta de respeto (agregando que los tickets aumentaron subrepticiamente en la puerta de 35 a 50 pesos).
De todas formas el banquete reggae fue tal, que ni el más iracundo se acordó de tales tales detalles negativos. Es que señores, lo que se vivió anoche en Niceto Club será recordada como una jornada histórica para la música jamaiquina tocada en Argentina. Quizás me halla parecido a mi o suene exagerado. Doy el beneficio de la duda pero les pido que hagan una prueba: pregúntenle a alguien que fue y después me cuentan.

(Mi critica original está acá. Pueden chusmear la página, hecha con mucho esfuerzo y dedicación, pero que puede mejorar con su aporte)

22.11.06

Mundos



“Es un momento de gran decadencia superficial –de esa que llena los diarios–, y yo quiero moverme en el terreno de los conflictos sin solución, donde se dan coordenadas invisibles”, dice el hijo más talentoso de Palito y parece que nos invita a cargar el arma. Pero no: sus palabras incluyen grandes aciertos, una mirada fina del mundo pero a través de la lupa del cine, o mejor y más, del arte…
Escuchémoslo (leamoslo) un poco más:

“Hay una especie de automatismo que hace que la gente crea que reconoce y asume todo como normal, pero no hace falta más que distorsionar o agudizar cualquier sentido –o detenerse a mirar– para darse cuenta de que realmente todo está en movimiento y están pasando cosas (…) Hay mucha gente a la que puede no gustarle la idea de trasponer universos y tener que empezar a absorber todo de vuelta y no se permite ese vértigo. Pero esa caída está todo el tiempo presente, y nadie se anima a contar el mundo desde esa caída permanente.”

“Hay algo que el cuerpo no resiste, una caída constante, una despersonalización absoluta donde ya no soy más yo. Es un lugar de mucho aislamiento, y nadie quiere estar ahí porque esa sensación puede generar mucho miedo...Es como entrar y salir del cuerpo. Un lugar es muy aburrido y en el otro estás muy solo y al mismo tiempo muy libre. Pero para hacer cine hay que ir y volver muy seguido, hay que ponerse el traje de ‘ser humano’.”

“Se está en una caída permanente y el hecho de decir algo es como poner un palo en la rueda. Cuando parece que empiezan a pasar cosas, deja de pasar todo: es el tiempo que se detiene, que está en contra de la espontaneidad. Y si bien el vértigo puede ser un mal viaje, todo pasa por ahí. En ese terreno al que llaman “realidad” no pasa nada, nunca te vas a encontrar con alguien. Es como una plataforma sobre la que la gente sigue su vida. Pero si te alejás un poco, es una maqueta.”

“Detrás de lo aparentemente cotidiano siempre existe un punto de vista siniestro. Entonces, ¿qué me vienen a decir que la película es rara si no saben con qué compararla? ¿Con llegar a su casa y saludar a su señora? Yo te aseguro que es mucho más rara esa señora que la película.”

El hombre es Luis Ortega, y la película es “Monobloc”. Pero acá el punto no es quién o que. La pregunta es como. ¿Cómo llega Ortega a preguntarse estas cosas? ¿Qué oscura experiencia esconde su vida para haber accedido a semejantes turbulencias mentales? ¿Es un loco? ¿Un drogadicto? ¿Un freak?
Creo que la respuesta es mucho más simple: se está acercando a la categoría de artista (si ya no lo es), lo que implica una visión superior, o sea, más profunda de la realidad. Pero no la realidad de los diarios, como el mismo se encarga de aclarar, sino las múltiples realidades que se esconden en nuestro interior y en la intersección de estas con las otras, las realidades de los otros. Para él, significan un material en bruto para su cine. Va hacia ellas, las explora, las interpela, se detiene unos instantes ante fotos complejas diseñadas por la “cotidaneidad” a veces siniestra, y luego vuelve para contarlo.
Ese es su viaje, una motivación a pensar en esos mundos paralelos donde todo es posible, porque es ahí donde nosotros no somos nosotros sino otros dispuestos a todo, sensibles a todo, despiadados, impúdicos, sádicos, felices, repulsivos y por sobre todas las cosas, extremadamente complejos.
Un universo paralelo pero que inevitablemente roza este en el que todo lo que siempre pasa debe seguir pasando. Un espacio de “licencias”, de sueños, de encuentros con nuestros muertos, de recuerdos tórridos y felices o plagado de estampas inmensamente dolorosas. El juego con las posibilidades, momentos de tomar esos caminos que quedaron atrás, o de suicidarse el alma para volver acá con la boca seca de resentimiento.
No vi “Monobloc” ni ninguna película de Ortega. Pero me hizo pensar mucho esto que dice. Pensar que el libreto se puede romper.
Pensar que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento y no siempre estaremos aquí para contarlo.


(la entrevista completa a Luis Ortega la podrán encontrar solo en la edición impresa de la revista "Los Inrockupptibles" del mes de octubre, pero acá les dejo el link a una síntesis aparecida en la página de dicha publicación. Recomendación: traten de leerla entera)

¿Chiste?


George W. Bush y Tony Blair están en una cena en la Casa Blanca. Un invitado se acerca a ellos y les pregunta:

- "¿Qué están hablando de forma tan animada?"

- " Estamos haciendo planes para la Tercera Guerra Mundial" -dice Bush.

- "¡Guau!" -dice el invitado- "¿Y, cuáles son esos planes?"

- "Vamos a matar 14 millones de musulmanes y 1 dentista" -contesta Bush.

El invitado parece confundido.

- "¿Un... dentista?" -dice- "¿Por qué van a matar a un dentista?"

Blair le da una palmada en la espalda a Bush y dice:

- "¿Qué te dije? ¡Nadie va a preguntar por los musulmanes!

3.11.06

Lo políticamente correcto en el pais de K


Se me ocurrió pensar de pronto en todas aquellas cosas que hoy, extrañamente, no suenan tan mal...También pensé en las personas que hoy asumen extrañas identidades, poco fieles a sus viejos ropajes...y también, ya que estaba pensativo, pensé en esos personajes que hoy están donde antes no estaban porque, o bien no podían estar o no debían, o no podian aunque querían o algo así...
A como dé lugar, en medio de este arranque creativo me atravesaron la saviola algunas ideas divertidas que, puestas en hilera, se transforman en todo un decálogo de la vida kirchnerista; una especie de maqueta social a la que, con todo gusto queridos amigos, os invito a completar...¿a ver quién es más creativo?
* Solá diciendo muchas veces "DDHH" es políticamente correcto...
* Fumarse un porro (o mejor, habérselo fumado en una lejana, felíz, psicodélica y combativa juventud), es políticamente correcto...
* Ginés González García yendo a ver a Racing, es políticamente correcto...
* Alberto Fernández yendo a ver a Argentinos, es políticamente correcto...
* Aníbal Fernández yendo a ver a Quilmes, es políticamente correcto...
* El presidente bromeando con Gonzalito (de CQC), es políticamente correcto...
* Bonasso peleándose con "peronistas ortodoxos" en programas liberales (¿?) como el de Mariano Grondona, es políticamente correcto (a propósito, que carajo será ya un "peronista ortodoxo"?)...
* Mercedes Sosa, el Flaco Spinetta, Víctor Heredia y Teresa Parodi en la Rosada, es políticamente correcto...
* Alberto Fernández lagrimeando por la presencia del Flaco Spinetta en la Rosada, es políticamente correcto...
* Los "baños de pueblo" del presidente, son políticamente correctos...
* Los golpes en la frente (con su consecuente herida), del presidente en sus "baños de pueblo", son políticamente correctos...
* La Carlotto hasta en la sopa, es políticamente correcto...
* Pegar un cartel por la aparición de Jorge Julio López y no saber ni quién es, es políticamente correcto...
* Decir que se estuvo en una marcha, es políticamente correcto...
* Los nuevos planes de estudio de las facultades, son políticamente correctos...
* Estar en contra de las barrabravas, es políticamente correcto...
* Decir "yo a Menem no lo voté", es políticamente correcto...
* No hacer declaraciones luego del escándalo clientelístico de Misiones, es políticamente correcto...
* Procesar viejos militantes justicialistas no alineados, es políticamente correcto...
* Decir que se es "un hijo de las Madres de Plaza de Mayo", es políticamente correcto...
* Decir que esta es "la nueva política", es políticamente correcto...
* Recibir rockeros internacionales en la Rosada, es políticamente correcto...
* Vestirse mal y decir "yo soy así, soy auténtico", es políticamente correcto...
* Degradar a la "vieja política", es políticamente correctos...
* Usar a los fuerzas de choque, mano de obra desocupada, barrabravas y otros muchachos, para "lo nuevo que se está construyendo en el país", es políticamente correcto...
* "Tocar" levemente los padrones para poder contar con el apoyo de nuestros bisabuelos que ya no nos acompañan, (a veces, cuando nos conviene) es políticamente correcto...
* Usar gamulán, camisa arremangada y abierta, sueters finitos y rojos o jeans, siendo funcionario, es políticamente correcto...
* Degradar cada tanto a las FFAA, es políticamente correcto...
* Tener un blog y postear poesía, es políticamente correcto...

30.10.06

Se llamaba Brad


Fue en una barricada de un pueblo de nuestra castigada Latinoamérica. La bala partió del arma activada por un sicario del poder, un pobre pagado por un rico para matar a otro pobre. Y encontró el cuerpo de un luchador que no supo o no quiso sobrevivir a esa batalla. Quizás no hubiese soportado saber que ese disparo había venido del arma de un pobre.
Su destino fue morir en una calle de uno de los tantos pueblos de nuestra castigada Latinoamérica. Por la que tanto peleó en cada una de las luchas, en Bolivia, Argentina, Ecuador, Brasil y al final, en el sur de México, la tierra del Sup.
Fue un yanqui "raro", por su característica anticapitalista. Fue un periodista "raro" por su característica de luchador incansable. O debería decir, fue un periodista "verdadero", por su característica de luchador. Con cámara o micrófono en mano, sus únicas armas contra la injusticia de este podrido sistema. Dando voz a los sin voz, dando rostro a los borrados de la tierra, dando su vida por una declaración que pudiera cambiar algo.
Un disparo desalmado lo dejó para siempre en México, este viernes 27 de octubre.
Se llamaba Will Bradley Roland y era compañero de Indymedia New York.
Como Walsh, como Masetti, y como no tantos otros, honró este oficio maravilloso de contar lo que vemos, oimos y pensamos.
Honró la vida.

25.10.06

Chango

Se llama Horacio, pero si alguien gritara ese nombre en la calle él no se daría vuelta. Desde chico le dicen Chango.
Nació en septiembre de 1968 en Apóstoles, pequeña localidad de Misiones, una provincia con características culturales sumamente particulares, donde conviven las comunidades nativas originales (mbya-guaraní), la población criolla y las colectividades extranjeras llegadas al país a principios del siglo XX, entre ellas la ucraniana a la cual Chango está estrechamente relacionado, ya que sus abuelos eran inmigrantes.

Desde un lugar sin prejuicios y absoluta libertad, hace una mezcla de ricas sonoridades donde también hay scotchis, polcas rurales, rancheras y rasguidos dobles.

Pasó su infancia en la carpintería de Lucas, su papá violinista y de Marcos, su tío cantor, con quienes se inició actuando en kermesses y casamientos.

Dice el Chango de su papá ya fallecido: "Era carpintero de lunes a viernes y los fines de semana tocaba el violín en las kermeses, en las fiestas. Así empecé yo con la música. Por mi papá. Cuando él vio que yo iba a tocar el acordeón, me prohibió seguir trabajando en la carpintería para que no me lastimara las manos, como se habían lastimado todos mis hermanos. Mi papá no me apoyó para que yo desarrollara mi música. Mi papá me empujó".

Pero su primer punto alto en la música, se dió a traves de un programa de televisión: Expresión Regional Chamamecera. "Era un programa de televisión muy popular que mandaba un móvil a pueblos del interior para difundir a los músicos locales. El móvil pasó por Apóstoles, y toqué yo. Después de Expresión Regional fui invitado a otros festivales en el interior de Misiones…”

Hasta que en 89, explotó en Cosquín y desde ahí no paró más.

El disco “Polcas de mi tierra” fue Premio Carlos Gardel año 2000, y catalogado de excelente por la mayoría de los críticos de distintos medios. Lo grabó llevando micrófonos y acordeón hasta los pueblos de su provincia, y tocó gratis en las kermeses con tal de poder grabar el exacto sonido del entusiasmo, el chas chas de las alpargatas contra el suelo, el júbilo despeinado de los gritos y los murmullos, el cloqueo de las risas y las gallinas sueltas en el patio. Habló con los ucranianos y sus hijos, y los dejó contar historias, tocar sus instrumentos armados con maderas de cajón, grabó sus casamientos y sus fiestas. El resultado es un disco donde cada quien cuenta su parte, un documental sonoro sobre la historia de Misiones, la polca y los campesinos.

“Una discográfica me dijo, por Polcas de mi tierra, que a quién le interesaba un disco con inmigrantes hablando, a quién le interesaban los viejos de la chacra. La soledad de la provocación tiene que ver mucho con eso. Provocación no es insultar, sino empujar el límite. El arte no es para entretener a las personas, sino para que las personas sean disparadas por una obra y vean que hay cosas especiales dentro de ellas.”
Si, este es él, ese mismo que despuntaba en una vieja propaganda de vino junto a las mayores glorias de nuestro folklore. El mismo que se ha tomado más de una copa con Don Atahualpa. El mismo que vino a reivindicar ese instrumento maravilloso, único, que es capaz de arrancar los sonidos más tristes o los más festivos. El mismo que se pasea desde las polcas de sus abuelos hasta los acordes de Don Tránstito, seguro inspirador de muchas de sus creaciones.

Este es el Changuito Spasiuk, una gema de nuestra tierra, un hombre de cabellos rubios y antepasados europeos, pero que lleva en la sangre todo el sufrimiento y la alegria de nuestra gente. En su sangre roja, como el color de la tierra que tanto ama.

24.10.06

Ese Hombre, una anécdota y el abandono de la teoría del chorizo


1
El cuento podría empezar así: dependencia del Estado, semana previa al gran acto de la simbologia histórica Nacional y Popular, dos conspicuos representantes de la moderna dirigencia sindical argentina se acercan al grupo de empleados en plena labor e instan a interrumpirla. Los susodichos, realizando un acto de sacrificio abandonan sus respectivas tareas para, reunidos en desordenada ronda, escuchar lo que esta gente viene a decir. Se hace un silencio ligeramente tenso y el compañero de abundante mostacho grisáceo y prominente abdómen justicialista, pasa a develar la incógnita: "Compañeros, como ustedes saben el martes se cumple un nuevo aniversario de la gran gesta del pueblo argentino...el 17 de octubre (NdlR: se apuró a completar antes de que alguno preguntara si la fecha del aniversario de la obtención del mundial de México no era en junio)...y como seguramente también saben (¿?), se va a realizar el traslado del cuerpo del General desde la Chacarita hasta la histórica quinta de San Vicente. Bueno, el tema es que esto es importante para el (aquí el nombre de dicha dependencia Estatal, que por razones de discreción profesional dejaremos como incógnita) es muy importante, ya que los reclamos por la mejoria de la estructura organizativa nuestra se encaminan muy bien...asi que nosotros les venimos a decir que de ninguna manera es obligatoria su presencia en el acto, aunque tomaremos muy en cuenta a los que estén...De todas maneras como es un dia laborable tienen que venir hasta la sede a dar el presente, aunque ese dia no se trabaje(¿?)."
A todo esto, las caras de los conspicuos oficinistas estatales se fueron tornando de lo más diversas y divertidas. Irónicas en los más audaces, nerviosamente cómicas en los menos interesados, y de compungida resignación en los más sumisos...Fue ahi cuando tomó la palabra la otra persona: una robusta fémina de generosas medidas que incluía portentoso tren delantero e idem defensa y que, según me informaron luego, es la mujer de un 'caracterizado fanático' de un club de los pesados del ascenso, que a veces se acerca hasta el edificio cuando de dar una mano se trata..."No crean que es una obligación eh, solamente decimos que es conveniente la presencia de todos, para que nos vean, que sepan que estamos y lo nuestro salga rápido...Claro que el que no quiera nos dice y listo, no es cuestión de que se sientan presionados..."
Luego de unos murmullos para abajo y alguna preguntita al pasar, se dió por terminada esa especie de 'asamblea' de dos, y se retornó al orden del trabajo. "Que va'cer", dijo uno de los conspicuos oficinistas mientras se dejaba caer en uno de los tantos sillones giratorios de esa importante dependencia estatal...
2
Al final valiéndose de una extraña fortuna, uno pudo zafar del acto, dar el presente e irse. Claro que la categoria de pasante (algo asi como un esclavo moderno dentro del mundo del trabajo asalariado estatal capitalista), eximía de un compromiso mayor con la causa colectiva, misión que no pudo esquivar el grupo de empleados fijos de dicha dependencia estatal que, en fila y con la gravedad que tal acto desprendía, se dirigieron al encuentro de la momia célebre encabezados por los dos sujetos antes descriptos (el señor de prominente abdómen y la señora de prominente todo). Esa fue la última imágen que quedó retenida en el cerebro del pasante antes de huir raudo hacia la seguridad de su hogar.
3
"Mirá Lu, los peronistas se están matando", fue el comentario de mi vieja voceado desde el lejano comedor para atraer mi atención algo abstraida de los acontecimientos de San Vicente. Lo que dejaba ver la imágen de TN eran dos nutridos bandos (¿eran solo dos?) de militantes justicialistas que valiéndose de todo tipo de artículos (léase palos, botellas, bombos, alpargatas, etc), se sacudían acompañando los acordes de las estrofas de Hugo del Carril, que resonaban tan lejanas como inútiles "todos unidos triunfaremos..." Nadie (¿o todos?), sabía que en unos instantes más, la varonil voz del tanguero sería reemplazada por los inequívocos acordes de la Bersa 9mm de Madonna...
4
'Madonna' es el nombre de guerra de Emilio Quiróz, un 'muchacho trabajador y peronista' empleado del otrora combativo Moyano y 'caracterizado fanático' del ex Rey de Copas. Este humilde obrero del volante, leyó como nadie la situación del martes por la tarde y puso lo que habia que poner: levantando la herencia de Osinde, apuntó su matraca hacia el enemigo y disparó cuatro veces. ¿Mató a alguien acaso?, me pregunto como se preguntó un veterano dirigente minutos más tarde. Y la verdad es que no, lo que revela tan alarmante falta de pericia del ejecutante que le hubiera valido más de una cargada del viejo y añorado CDO.
"Es que querido ¿vos te pensás que cualquiera se sube a ese palco y levanta la hitaca del Brujo? No no, de ninguna forma, y menos si no te podés cargar a uno de esos albañiles de mierda...Por eso estás adentro, para que aprendas. "
5
Adentro de la Quinta quedó el castigado envoltorio de lo que alguna vez fue el líder de masas más importante de la historia de este país.
¿Se le habrá caido la napia mientras sus muchachos se daban maza? ¿Habrá bailado un poco dentro del cajón 5 estrellas, quizás intentando abstraerse del mal momento? ¿Se habrá puesto de espaldas para no mirar? ¿Habrá pedido las manos para poder taparse los ojos?
No lo sabemos ni lo sabremos jamás. Lo que si sabemos es que las cosas no son como antes, que los ideales han quedado en el olvido...
Ya no se sube al camión en paz y armonía, ya no se escucha en silencio respetuoso la arenga del líder, ya no se traga contento el embutido tradicional ni se recibe callado el acanalado de zinc...
Hoy se han perdido los valores. Se han esfumado para dejar paso al canalla negocio de la droga (¿cuantas bolsas hay si vamos?), o el más desvergonzado tráfico de hombres rudos a cambio de la vil moneda de curso nacional...
Si no fuera por Ese Hombre, diríamos que todo está perdido...