6.2.07

El Idolo

LADO A

La primera embestida de su cuerpo le dolió como una puñalada entre las nalgas. Casi con sincronización las lágrimas empezaron a salir y pronto le empañaron la gran vista de la ciudad, testigo muda de aquella escena. Una vieja rociaba las macetas con una ridícula regadera verde del otro lado de la Avenida y parecía que los miraba, aunque estaba claro que solo era una sensación suya, ya que la mujer hablaba al mismo tiempo con un gato blanco que se meneaba interesante al borde del balcón. Ahí perdió la esperanza de que alguien sepa, de que alguien oiga y de que alguien, por consiguiente, la salvara de este monstruo.
Pero, ahora que lo pensaba bien, comenzó a preguntarse como la iban a salvar si ella no había siquiera gritado una sola vez. Entonces, abrió la boca bien grande y vociferó con todas sus fuerzas. El otro, ni se inmutó y siguió con lo suyo. Es que, en realidad, ningún sonido salió de su boca aterrada. Estaba muda, completamente muda de terror.
Pasados unos minutos no daba más. El incesante y violento golpeteo de la pelvis del otro sobre sus nalgas le había provocado una molestia importante, no tanta sin embargo como la entrada brutal del enorme miembro sobre su púber canal vaginal, al que creyó sentir sangrante en un momento. Afortunadamente para ella pudo resistir.
Cuando el otro lanzó ese gruñido animal, ella estaba a punto de desvanecerse por el dolor y el miedo. De pronto, comprendió que algo había pasado, ya que sintió un calor intenso y líquido entre sus piernas y luego él se retiro de su cuerpo, jadeando como una bestia, agitado, transpirado y definitivamente desagradable. Se tiró de frente en la enorme cama y levantando su deformado dedo índice le indicó la puerta de salida, al tiempo que le dijo: “Cuando salgas, dejale la llave al portero”. Ella pensó como ese ser tan putrefacto le podría haber dado algo bueno alguna vez.
Se incorporó con dificultad, tambaleante y mareada como un borracho. Se tomó de un aparador para no caer y cuando levantó la vista nublada, lo primero que vió fue a ella misma, reflejada en el enorme y egocéntrico espejo que él poseía en su habitación de estrella. Los pelos revueltos y pegoteados sobre la cara transpirada, la pintura de los ojos corrida, la cadenita de la vírgen pegada por su propio sudor al pecho derecho…se dio asco a si misma, asco y lástima, además de profunda vergüenza.
La multitud de premios que él habia obtenido en tantos años de carrera ilustre, parecían mirarla desde los estantes como evaluándola, como inquiriéndola, reprochándole a gritos: ¿Cómo, no era que por él cualquier cosa? ¿No eras capaz de entregarte por tu ídolo?¿No se te ocurrirá denunciarlo no?¿Le cortarías la carrera?
Ahogó un sollozo con las manos. Por nada del mundo quería que él despertara de ese adormecimiento post-coitum en el que parecía sumergido ahora. Lo único que ella quería era salir de ahí, alejarse para siempre de ese departamento y de él.
Se vistió torpemente, sin dejar de mirar un solo instante su espalda manchada de vejez. Casi tropieza con sus botas, pero alcanzó a esquivarlas a tiempo para hacerse del manojo de llaves en un mismo movimiento y salir disparada de ese cubículo siniestro. Corrió por los pasillos como una posesa y aprovechó que una pareja ingresaba al edificio, para caer a la calle, casi atropellando.

LADO B

Se paró ante la puerta color madera y pensó un momento como se lo diría. Ensayó mil maneras distintas, con ademanes y todo, pero no terminó de decidirse cuando ya alguien había empezado a girar la llave. Suerte que ella había conservado la de abajo, porque si no quien sabe si hubiera podido llegar hasta ahí. Respiró profundo, puso una mano en su enorme abdómen y levantó altivamente su rostro para enfrentarlo.
Y ahí estaba él. Palido como siempre, con esas enormes ojeras de éxito, sus pupilas dilatadas por el exceso, y ese hálito eterno a whisky que lo envolvía todo. Los cabellos desordenados y el gesto despreciativo del que se come el mundo. Eso era él.
-¿Qué pasa pendeja?- dijo malhumorado - ¿Quién sos?.
-¿Pero como, no te acordás de mi? – dijo ella incrédula.
-¿La verdad?…no.
- La Piru, de Temperley…hace unos meses…después del Teatro…
-Mirá, ya te dije que no me acuerdo…¿Algo más?
- Si. Esto…
Y ahí, en el momento en el que debía decirle la verdad, en ese instante que ella había aguardado durante tantos meses, en el momento en que su idolo se iba a enterar de que sería padre nuevamente…ahí ocurrió. Nunca sabrá que le pasó por la cabeza, que secreto pensamiento le oscureció la inteligencia y le impidió pronunciar las palabras justas, las oraciones precisas, la idea indicada. Entonces solo extendió su mano izquierda, escondida hasta entonces tras de sí, y mostrando una cajita de compact disc solo atinó a decir:
- ¿Me la firmás?
El bufó algo perturbado, se hizo de un fibrón que tenía sobre el piano y en dos trazos estampó su autógrafo en la gráfica de su nueva producción, salida a la calle solo pocas horas antes. Ella giró sobre su eje y sin decir una palabra, se arrastró por el pasillo de parquét hasta el ascensor.

BONUS TRACK

Ciro no encontraba nada más entretenido que patear las latitas de cerveza que la gente descartaba. Ella lo retaba de tanto en tanto sin demasiada severidad, más bien contemplativa y serena.
El recital parecía terminar, ya estaban en los bises pero la gente no se cansaba y pedia más. Por fin, el último acorde sonó y él se paró bruscamente del piano, como hacia siempre, y saludó tirando flores imaginarias, como también acostumbraba hacer. Ahí ella pensó que serviría y levantó del piso a su hijo, quién pataleó molestó ante el brusco movimiento. Pidió permiso a los codazos y se plantó al borde del escenario, intentando sobresalir entre la gente y a su vez, lograr que pudiera verlos a ambos por sobre los hombros de los gorilones que escoltaban su salida. El seguía haciendo su numerito montado ahora sobre los hombros de su guitarrista, que no tenía otra que festejar la monada. Ahora si, ya viene hacia ella, sin duda llegó el momento.
Cuando estaba por llegar hasta donde ellos, levantó a su hijo lo más que sus brazos le permitían, y gritó su nombre de pila verdadero, esperando lograr su atención. El pareció sobresaltarse levemente y detuvo su marcha por un momento, giró su cabeza y sus miradas se encontraron por unos instantes. Ella entonces le gritó que, ese, el que tenia en sus brazos, era su hijo y el de él.
- Gracias – alzó la voz él. Y se perdió tras el cortinado rojo.