31.5.08

La triple A del General


Acá les dejo un artículo muy interesante aparecido en una publicación del PO. Echa un poco de luz sobre este espinoso tema para la patria justicialista. Y ayuda a pensar que la verdad será verdad completa cuando cada uno se haga cargo de sus responsabilidades históricas.


Triple A: La responsabilidad de Perón / Encubrimiento post mortem

Ocurrió el 8 de octubre de 1973. Los 8 de octubre, sabido es, se conmemora oficialmente el nacimiento del general Perón, aunque la fecha y el lugar de su natalicio nunca se conocieron con certeza; él mantenía con su pasado vínculos oscuros y secretos.
Esa noche, cuando faltaban cuatro días para que Perón asumiera la Presidencia por tercera vez en su vida, su jefe personal de seguridad, el teniente coronel Jorge Osinde –antiguo represor y torturador en tiempos de la siniestra Seguridad de Estado, en los primeros años ‘50– le organizó al general un agasajo muy peculiar en la casona que el PJ le había comprado a su líder, en la calle Gaspar Campos de Vicente López.
Se trató de una comida a la que asistieron casi 500 suboficiales del Ejército y un equipo numeroso de matones civiles, entre ellos uno de los primeros integrantes de la Triple A: Saturnino Castro (a) “El Potrillo”, cuyo hijo Jorge, militante del ERP y sobreviviente de aquellos días, dio testimonios extensos y minuciosos sobre las actividades criminales de su padre.
Otro miembro fundador de la Triple A, el ex teniente primero Horacio Salvador Paino, también relató lo sucedido esa noche en Gaspar Campos ante la Cámara de Diputados de la Nación (véase, por ejemplo: Del Frade, Carlos: “Los prólogos”, en Argenpress, 25/12/06).
Perón habló a sus invitados en tono de arenga, ejerció sobre ellos una fuerte presión política: les dijo que los necesitaba, que le resultaba imprescindible tener con él a suboficiales del Ejército Argentino y a “civiles leales” para cumplir las tareas “que el momento exige”.
De aquellos 500 militares, sólo se quedaron unos 200 para una reunión posterior, ya de madrugada. A ellos, Perón les dijo: “Después Lopecito (por José López Rega) se va a encargar de organizarlos”.
Esa noche, oficial y personalmente, Perón dejó inaugurada la Alianza Anticomunista Argentina, que en un primer momento no se llamó así sino “Comando Libertadores de América”.

Primeros crímenes
Aquella banda comenzó a operar enseguida, en ese mismo octubre de 1973, con los asesinatos del periodista José Colombo, en San Nicolás, y del dirigente peronista Constantino Razzetti, en Rosario; no, como sostiene en su resolución el juez Norberto Oyarbide –viejo cuadrito del catolicismo integrista y hombre de la Policía Federal, con cuyos “grupos de tareas” estuvo vinculado durante la dictadura– el 21 de noviembre de ese año, cuando atentaron con bomba contra el entonces senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, a quien no lograron asesinar pero sí hirieron de gravedad. De todos modos, ese ataque se produjo ya bajo gobierno de Perón, a quien Oyarbide evita mencionar.
Empero, la estructura de esa organización criminal no descansó básicamente en aquellos suboficiales del Ejército sino en la Policía Federal. Eso fue especialmente así desde que Perón designó jefe de esa fuerza a otro viejo represor y asesino de la “libertadora”: el comisario Alberto Villar.
Entre los organizadores de la Triple A estuvo, se sabe, Miguel Angel Rovira, agente civil de inteligencia de la PFA, quien hasta no hace mucho fue jefe de seguridad de Metrovías, de donde consiguieron expulsarlo la movilización de los trabajadores de la empresa y los escraches de la agrupación Hijos.
En definitiva, la Triple A no fue una organización parapolicial o paraestatal, sino un organismo clandestino del propio Estado armado desde el despacho del general Perón. Los esquemas y posibles organigramas de ese tipo de bandas le habían sido proporcionados a Perón en España por represores veteranos del régimen franquista. A tal punto fue así que, más de 30 años después, uno de los responsables operacionales del equipo criminal, el ex subcomisario Rodolfo Almirón (a) “Coquibus”, continúa protegido por Manuel Fraga Iribarne, ex presidente de la Comunidad gallega y ex ministro de Francisco Franco, el jefe fascista que durante tantos años dio asilo a Perón.

Algunos antecedentes
El verdadero coordinador de la Triple A, Jorge Osinde, ya había hecho una práctica en gran escala con la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973, cuando Perón regresó a la Argentina por segunda vez desde su derrocamiento. Al día siguiente, por cadena de radio y televisión, Perón elogió a Osinde, defendió a los masacradores y calificó de “infiltrados” a quienes habían sufrido aquella represión criminal. Desde ese momento, no podía haber dudas sobre qué partido tomaba el general, quiénes lo habían traído y por qué.
Se trataba, por cierto, del político burgués más popular y con mayor autoridad de masas de la historia argentina, lo cual no era gratuito. Él, sin desarrollar jamás una política nacional democrática, que lo habría obligado a romper con el imperialismo –algo que en ningún momento se propuso–, hizo a los trabajadores concesiones democrático-sociales históricas y los integró al Estado burgués.
Pero en 1973, cuando Perón regresó convocado por quienes lo habían derrocado en 1955, toda la acción del movimiento obrero se orientaba hacia la independencia de clase y, por tanto, apuntaba contra la línea de flotación del régimen político. Los “libertadores” esperaban que la autoridad de Perón le permitiera contener el conflicto, pero el general sabía que no le resultaría suficiente. Resultaban necesarios, pues, los militares, policías y “civiles leales” para hacer frente a las tareas “que el momento exige”.
Por lo demás, antes de asumir la Presidencia, Perón había contribuido a la caída de Salvador Allende en Chile al ordenar, por medio de su vicario Héctor Cámpora, que las masas movilizadas en toda la Argentina se retiraran de las calles. De inmediato obedecieron la JP y el Partido Comunista, de modo que la dictadura chilena tuvo tranquilidad del otro lado de la Cordillera.
Luego, ya en el gobierno, Perón permitió a una delegación de la Dina, la policía política de Pinochet, instalar una oficina en Buenos Aires, en la calle Moreno, frente al Departamento Central de la PFA, para espiar y perseguir a la colonia de exiliados chilenos. También fueron perseguidos militantes brasileños huidos de la dictadura del general Geisel, y algunos de ellos fueron secuestrados aquí, trasladados a su país y “desaparecidos”, de todo lo cual podemos dar detalles en otro trabajo. Pero el “Plan Cóndor” empezó con Perón, aunque, cierto es, tras el golpe de 1976 adquiriría proporciones alucinantes.

El ocultamiento
Resulta preciso referirse a esos hechos con todo rigor, porque la “progresía” argentina insiste en atribuir las acciones de la Triple A sólo a Isabel Perón, una continuadora feroz porque carecía, a diferencia de su marido, de cualquier autoridad; y, sobre todo, a López Rega, un sujeto con problemas psiquiátricos que hacían de él casi un fronterizo, cuya única función fue robar del Ministerio de Bienestar Social los fondos exigidos por el financiamiento de la Triple A.
Así, por citar un caso, Página/12, en su edición del 27 de diciembre de 2006, habla, al referirse a la AAA, de “los ataques, secuestros y asesinatos que sucedieron durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón”. ¿Y los cometidos antes? Como si no hubiesen existido.
El boletín oficial del gobierno, condición asumida conscientemente por Página/12 –he ahí la importancia de lo que dice–, ha decidido encubrir pos mortem a Perón, ideólogo, creador y jefe de la Triple A.


ALEJANDRO GUERRERO

28.5.08

Infiel


Otra vez se le quedaba mirando el sereno del edificio de enfrente. ¿Sospecharía algo? En cualquiera de los casos, que importaba; no tenía la menor conexión con su vida y nunca se le ocurriría decir nada a nadie. ¿O si?
El ruido de la puerta del ascensor al cerrarse, provocado por el impulso de su propia mano, lo sobresaltó. No se había dado cuenta de lo que hacía. Pero para cuando podría haber reparado en ese detalle, su pensamiento ya había volado de nuevo, de la situación y de su propia reflexión interna.
Ahora tiraba la cadena. Vio su meo dar vueltas en el agujero hasta ponerse espumoso y, finalmente, inodoro, incoloro e insípido. No pudo evitar la comparación, y de pronto fue su propio meo, girando perdido hasta desaparecer.
Volteó la cabeza hasta dejarla descansar entre los el marcos del espejo, ya gastado en los lados, marrones y sucios de tanta sombra. Y vió la vida saludar desde el cenit de su cabeza, y descender por la frente, hasta irse lejos. Contempló su propia caricatura triste y contó mil nuevas arrugas, a la par que pensaba en una nueva mano de pintura para el techo, casi descascarado por completo.
Se arrastró por el living, pasó los 18, el cumpleaños 60 de papá y esa en Córdoba con la Tia Eulalia. La del casamiento se resistía al desalojo hacía rato, junto a la puerta de la habitación. Desteñía humedad.
Abrió la puerta sigilosamente para evitar los tipicos crujidos, No pudo evitarlo, pero aún asi no generó movimiento en el bulto bajo las cobijas. Luego de un momento de zozobra en la penumbra, avanzó delicado pero decidido hacia su mesita de luz. Cuando estuvo junto a ella apoyó suavemente las llaves del auto y la billetera. Se sacó con cuidado el reloj e hizo lo mismo, procurando dejarlo lo suficientemente lejos del borde para que no se cayera al prender el velador por la mañana. Se quitó los zapatos utilizando la punta de cada pie sobre el tobillo del otro. La gamuza patino suave por el calcetín de seda. Cinturón, pantalón, sueter y camisa, todos al respaldo de la silla antigua que dormía en la esquina de la enorme pieza.
Tomó con cuidado el extremo de las cobijas y las elevó lo suficiente como para dejar ingresar su menudo cuerpo al área cálida que limitaba el colchón por abajo, y el cuerpo de la persona que yacía en él, por el otro extremo. Entró con gracia, solo emitiendo un imperceptible suspiro de alivio. Se acomodó prácticamente en el mismo movimiento.
Miró en la oscuridad y encontró la silueta de los números amarillos de su reloj sobre la mesita: las 3:12. Todavía tenía unas horas como para poder descansar el cuerpo. Después de todo ya se había acostumbrado a dormir poco. Cerró los párpados inútiles de luz y se dispuso a dormir. En eso escuchó el sollozo…
Un gemido mínimo, pero audible. Entrecortado, pero constante. Se alarmó automáticamente y la miró. La mujer dormía exhalando un grueso ronquido, gutural, bestial casi. Se dijo a si mismo que no podía ser y atinó a mirar en cada rincón de la habitación, sin sacar jamás la cabeza completa de bajo el abrigo. Nada. Pero el sollozo continuaba. ¿Quién era entonces?
Era él. Lloriqueaba como una nenita perdida en la multitud, o peor, perdida en el desierto. Las lágrimas corrían por su mejillas a raudales, y sus fosas nasales comenzaban de a poco a poblarse de mucosidades que dificultaban cada vez más la respiración. Pero lo peor no era esto: sino que el ruido de su propio llanto iba in crescendo hasta convertirse en un espasmo espantoso lleno de congoja. Intentó concentrarse y repasar los hechos: él no podia estar haciendo eso, si ya era algo totalmente normal, una rutina de años, un filito histórico. Pero seguía, y si no acababa ya, lo delataría. El último pensamiento fue simultáneo a la pregunta de su esposa: ¿Qué te pasa Roberto?
No se había dado cuenta de lo que hacía. Pero para cuando podría haber reparado en ese detalle, su pensamiento ya había volado de nuevo, de la situación y de su propia reflexión interna.