30.5.07

El derecho de soñar

No acostumbro a postear cosas ajenas, pero confieso que este texto de Galeano me emocionó bastante y lo quiero compartir con ustedes.
Ya los dejo con el genial yorugua, pero antes se lo quiero dedicar a mi vieja, Lidia, a la que también le gustó mucho.


EL DERECHO DE SOÑAR, por Eduardo Galeano

Ya esta naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. y la cuenta de los años de la era cristiana proviene de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo nació. El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera. Una invitación al vuelo Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio. La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio. Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea.
En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega; en ningún país irán presos los muchachos que se niegan a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo; los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo; la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero; nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene; el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos; la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda; una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú; en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria; la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo; la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte"; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma; los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar; seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

24.5.07

Microcentro


La calle, el aparatito del brazo, la calle de nuevo. El visitante rutinario se lanza al cemento como escupido por esa máquina que ya se está yendo en atropellada por la Nueve de Julio. Mete el pique corto hasta la otra orilla y libera un poco de presión. Encara decidido y pone la meta en la Plaza "mejor es por acá, que es más ancha"...y asi va a paso firme esquivando pero con la distancia suficiente como para no producir demoras inútiles. Pero en la segunda esquina de andar, el tráfico corria como un rio revuelto, y lo obligó a tomar por esa, mucho más fina y compleja, para no perder el tiempo. Y ahi empezó la joda...
Un vendedor de pulseras intentó abordarlo, un chico en bicicleta casi lo atropella, dos veces los autos le frenaron en las narices, en Florida patinó en un charco aunque no alcanzó a perder el equilibrio del todo gracias a un señor mayor que, agil, evitó lo que era una segura caída. Y eso no fue todo, ya que se insultó con un taxista que depositó su vehículo sobre la senda peatonal, gambeteó a no menos de 5 vendedores de sánguches para oficina, tres pibes con flores, dos ciegos, y diez o quince oficiales de la Federal en plena caceria gastronómica.
Su realidad aromática se tergiversó de tal forma que el otrora delicioso desodorante se ha puesto agrio y envolvente, ya que la campera que fue muy útil a las 9 de la matina, ha dejado de serlo a los efectos de un sol de mediodia tan potente como el carbón encendido. Entonces cansado y con la ropa revuelta, va arrimandose a la meta.
¿Cuantas carreras ganó? ¿Cuantás perdió? La cuenta no está clara, pues fueron tantas...lo que es seguro, es que se dejó todo en la cancha, yendo por afuera cuando fue necesario, picando bien fuerte contra la raya, superando marcadores tenaces y persistentes y saliendo erguido entre los autos buscando la gruesa linea demarcatoria al frente.
A las de pollera corta, las superó en piernas, a los vetereanos con la destreza, a los niños con el largo de los pasos, a los inválidos por eso, y a los policías por su abdomen de Bar barato. Lo cierto es que los rivales a vencer serían los pibes de los deliveris de morfi, que rodeaban la zona con sus ofertas alimenticias para oficinistas pasados de rosca. Pero evidentemente, el hombre ha desarrollado ya una habilidad para desplazarse por esos terrenos, y consigue poner en su lugar a cada ínfimo empleado que se haya cruzado en su camino.
Cuando ya siente como las palpitaciones le estallan en el pecho agitado, sus ojos contemplan la calle de su trabajo, el cartel del garage contiguo, la puerta misma con su chapa y ahora ya el pasillo, los ceniceros, algún lampazo con olor a querosén, y por fin, la puerta de su oficina.
Una primera mirada de verificación, posterior evaluación del clima existente, nivel de las charlas, cantidad de miradas inquisidoras. Todo parece normal, nadie levanta perdíz alguna, asi que no queda más que llegar hacia el escritorio, tomar la carpeta, meter la firma, y cruzar el habitual saludo de media cara con la Jefa, amén de contestar algun interrogante climático de ocasión.
Apoya su cuerpo en la silla y se dice: "Bueno, se acabó la tranquilidad..."