24.5.07

Microcentro


La calle, el aparatito del brazo, la calle de nuevo. El visitante rutinario se lanza al cemento como escupido por esa máquina que ya se está yendo en atropellada por la Nueve de Julio. Mete el pique corto hasta la otra orilla y libera un poco de presión. Encara decidido y pone la meta en la Plaza "mejor es por acá, que es más ancha"...y asi va a paso firme esquivando pero con la distancia suficiente como para no producir demoras inútiles. Pero en la segunda esquina de andar, el tráfico corria como un rio revuelto, y lo obligó a tomar por esa, mucho más fina y compleja, para no perder el tiempo. Y ahi empezó la joda...
Un vendedor de pulseras intentó abordarlo, un chico en bicicleta casi lo atropella, dos veces los autos le frenaron en las narices, en Florida patinó en un charco aunque no alcanzó a perder el equilibrio del todo gracias a un señor mayor que, agil, evitó lo que era una segura caída. Y eso no fue todo, ya que se insultó con un taxista que depositó su vehículo sobre la senda peatonal, gambeteó a no menos de 5 vendedores de sánguches para oficina, tres pibes con flores, dos ciegos, y diez o quince oficiales de la Federal en plena caceria gastronómica.
Su realidad aromática se tergiversó de tal forma que el otrora delicioso desodorante se ha puesto agrio y envolvente, ya que la campera que fue muy útil a las 9 de la matina, ha dejado de serlo a los efectos de un sol de mediodia tan potente como el carbón encendido. Entonces cansado y con la ropa revuelta, va arrimandose a la meta.
¿Cuantas carreras ganó? ¿Cuantás perdió? La cuenta no está clara, pues fueron tantas...lo que es seguro, es que se dejó todo en la cancha, yendo por afuera cuando fue necesario, picando bien fuerte contra la raya, superando marcadores tenaces y persistentes y saliendo erguido entre los autos buscando la gruesa linea demarcatoria al frente.
A las de pollera corta, las superó en piernas, a los vetereanos con la destreza, a los niños con el largo de los pasos, a los inválidos por eso, y a los policías por su abdomen de Bar barato. Lo cierto es que los rivales a vencer serían los pibes de los deliveris de morfi, que rodeaban la zona con sus ofertas alimenticias para oficinistas pasados de rosca. Pero evidentemente, el hombre ha desarrollado ya una habilidad para desplazarse por esos terrenos, y consigue poner en su lugar a cada ínfimo empleado que se haya cruzado en su camino.
Cuando ya siente como las palpitaciones le estallan en el pecho agitado, sus ojos contemplan la calle de su trabajo, el cartel del garage contiguo, la puerta misma con su chapa y ahora ya el pasillo, los ceniceros, algún lampazo con olor a querosén, y por fin, la puerta de su oficina.
Una primera mirada de verificación, posterior evaluación del clima existente, nivel de las charlas, cantidad de miradas inquisidoras. Todo parece normal, nadie levanta perdíz alguna, asi que no queda más que llegar hacia el escritorio, tomar la carpeta, meter la firma, y cruzar el habitual saludo de media cara con la Jefa, amén de contestar algun interrogante climático de ocasión.
Apoya su cuerpo en la silla y se dice: "Bueno, se acabó la tranquilidad..."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizá me crucé con esa persona en mis tantas caminatas por el centro....
Me encantó!!
Para muchos es una rutina, para mi es un lindo recuerdo.

Beso.
Te extraño