29.12.07
Comunión
20.7.07
Negradas
Cuando alguien me lo dijo sencillamente no lo pude creer. Me encerré en un baño y cerré los ojos bien fuerte, y la impotencia me hizo saltar unas pocas lágrimas nerviosas, acompañando el puño cerrado y la pregunta consabida: "¿Por qué se tiene que morir gente así?
No tiene caso. No puedo pensar en una feria del libro sin él, en una contratapa de Clarín sin su chiste, en un domingo sin su pasión futbolera...
El Negro Fontanarrosa fue un sintetizador increíble de la idiosincracia argentina. La mayoria de la gente lo conoce por sus dibujos, todos muy buenos (Boggie, Inodoro, Sperman, etc). Pero su pluma punzante, irónica, ordinaria, pícara y por sobre todas las cosas criolla, será la marca que deje en el panteón de los grandes cuentistas sudamericanos. Porque creo que ya nadie lo duda, Fontanarrosa es una figura continental y hasta mundial.
El fútbol fue solo uno de los grandes temas que abarcó su decir, además claro de los eternos dilemas con las féminas, las argentiniadas y toda una gama de relatos de lo más disparatados, a veces surrealistas y otras no tanto.
(Acá pego este cuento del Negro. De los que encontré en la web es de lo mejorcito. Si sos futbolero no dejes de leerlo, es increíble. Y si no lo sos, también)
¡No te enloquesá, Lalita!
-- ¿Será posible? --pasó a su lado el ocho de ellos, buen jugador, callado--. Siempre lo mismo con estos dos infelices.
-- Cosa de locos --dijo el Chalo, tocándolo en la panza, en gesto de amistad.
-- ¡Aprendé a jugar al fútbol, choto de mierda! --gritaba, ya de pie, Pascual, contenido a medias por Norberto.
-- ¡Sí, seguro que vos me vas a enseñar, pajero! --respondió Lalita.
-- ¿Ah no? ¿Ah no? ¿No te voy a enseñar yo? ¿No te voy a enseñar yo? Sabes comó te enseño, la puta madre que te parió!
-- ¡Seguro! ¡Vos me vas a enseñar, forro! ¡Vos me vas a enseñar a jugar al fútbol!
-- ¡Choto de mierda, en la puta vida jugaste al fútbol, sorete!
-- ¡Vos me vas a enseñar, maricón!
-- ¡Sorete, sos un sorete mal cagado!
Tal vez ese concepto de "maricón" exaltó más a Pascual, que se libró del esfuerzo de Norberto y se le fue encima al Lalita. El Alemán se abalanzó para agarrarlo, con Prado y el flaco Peralta. El referí pegaba saltitos en torno al tumulto como un perro que no puede zambullirse en una pelea multitudinaria.
-- ¡Pero dejalos que se maten! --gritó desde lejos el cuatro de ellos--. ¡Dejalos que se maten de una vez por todas esos boludos!
-- ¡Así nos dejan jugar tranquilos!
-- ¡Vení, vení a enseñarme, maricón! --insistía Lalita, contenido por sus compañeros, viendo como Pascual se debatía entre una maraña de brazos.
-- ¡Callate, pelotudo! --se anotó, desde lejos, Hernán, con escaso sentido de la oportunidad en el uso del humor--. ¡Si vos tuviste poliomelitis de chico y no te dijeron!
-- ¡Pero pisale la cabeza a ese conchudo! --saltó de pronto Antonio corriendo también hacia Lalita--. ¡Siempre el mismo hijo de puta ese hijo de puta!
Allí Chalo pensó que el conflicto se generalizaría.
-- ¡Antonio! ¡Antonio! --trato de pararlo el Negro.
-- ¡Agarralo! ¡Agarralo, Pedro!
-- ¡Hijo de mil putas, la otra vez hiciste lo mismo! --recordaba Antonio, medio estrangulado por un brazo de Pedro, las venas del cuello a punto de estallar, la cara roja como una brasa.
-- ¿Qué querés vos? ¿Qué querés vos? --Lalita se volvió hacia Antonio, estirando el mentón hacia adelante. Dos de ellos lo agarraron de la camiseta y otro de la cintura.
-- ¡Te hacés mucho el gallito porque nuncan te han puesto una buena quema!
-- ¡Aflojá, Lalita, no seas boludo!
-- ¡Te echan, pelotudo, te van a echar!
-- ¿Qué querés vos? ¿Qué querés negrito villero y la concha de tu madre?
-- ¡Tito! ¡Paralo, carajo, paralo!
-- ¡Cortala, cinco, no te metás que es peor!
-- ¡Pará, Mario, pará!
-- ¡Te voy a reventar, la concha de tu madre! --Pascual se había zafado de los que lo contenían y corría en un movimiento semicircular hacia su enemigo tratando de eludir los nuevos componedores que se le interponían. Chalo se dejo caer sentado sobre el césped sin llegar a entender demasiado bien como se podía armar semejante quilombo cuando incluso algunos no habían llegado siquiera a tocar la pelota (como él). Miró al dos de ellos y enarcó las cejas en señal de complicidad.
-- ¿Podés creer, vos? --dijo el otro, parado en el círculo central y acomodándose los huevos. Escupió a un costado.
Prácticamente todos los muchachos, sin olvidar al tío del Perita (fiel y único hincha del "Olimpia") se habían metido en la cancha y estaban separando a los beligerantes. Eran dos grupos que se movilizaban en bloque, hacia atrás o hacia adelante, correlativos unos con otros, como dos arañas negras y deformes, de acuerdo a los impulsos mas o menos homicidas de los contendientes.
-- ¡Vos me vas a venir seguro a enseñar a jugar al fútbol, sorete! --la seguía Lalita--. ¡Seguro que vos me vas a venir a enseñar!
-- ¡No te enloquesá, Lalita! ¡No te enloquesá! --repetía una voz aguda, desde afuera, como un sonsonete.
-- ¡Choto de mierda! ¡Choto de mierda! --Pascual se atragantaba con las palabras y despedía por la boca una baba blanca, casi acogotado por los compañeros--. ¡Claro que te voy...! ¡Choto de...! --obnubilado, no encontraba los mas elementales sinónimos para enriquecer sus agravios y recaía siempre en las mismas diatribas--. ¡Choto de mierda! ¡Chotazo!
El árbitro, apreciando un claro en el tumulto, dió dos zancadas mayúsculas hacia adelante, manoteó el bolsillo superior y anunció a Pascual.
-- ¡Señor! --y le plantó una tarjeta roja incandescente frente a los ojos.
Pascual ni lo miró. Después el árbitro giró con la misma aparatosidad, caminó tres pasos hacia Lalita y repitió el gesto de la mano en alto, como dando por terminado el problema. A Pascual ya se lo llevaban hacia el costado. Lalita caminaba medio ladeado, aplastado en parte por el peso de sus compañeros, buscando todavía con los ojos a su rival, respirando fuerte por la nariz, como un toro.
-- ¡Dejame! ¡Dejame, Miguel! --pidió, sofocado, y hasta llegó a tirar un par de piñas a sus amigos.
-- Ya está, Lalita --le recitaba el cuatro al oído--. Cortala.
El lungo que jugaba al arco le pasó un par de veces la mano por el pelo, comprensivo, pero el Lalita apartó la cabeza, negándose a la caricia.
-- ¡Señores! ¡Señores! --gritó el referí--. ¡Miren! ¡Miren! --y mostró la fatídica tarjeta roja casi oculta en la palma de la mano, como una carta tramposa--. ¡No la guardo! ¡No la guardo! ¡La tengo en la mano! ¡Al primero que siga jodiendo lo echo de la cancha! ¿Estamos? --y salió corriendo para atrás, elástico, señalando con la mano donde debía ponerse la pelota--. ¡Juego, señores!
Y decían que no había que joder mucho con ese árbitro. Que era cana. Que siempre andaba con un bufoso dentro del bolso. Así le había contado Camargo al Chalo, porque lo conocía de la liga de Veteranos Mayores, los que están entre los 42 y la muerte.
Ya sentado en la vereda, la espalda empapada contra la pared del quiosco, las piernas extendidas sobre el piso, desprendidos los cordones de los botines, Chalo se apretó fuerte los parpados para mitigar el escozor profundo que le producía el sudor al metérsele en los ojos. Sin decir palabra, el Lito, al lado suyo, le alargó la botella de Seven familiar, casi vacía. Chalo tomó unos seis tragos apurados, puso despues el culo frío y humedo de la botella sobre su muslo derecho, eructó con deliberación y se secó la boca.
-- Hay que joderse --exhaló--. Qué manera de correr al pedo --y le extendió la botella a Salvador que esperaba, mirando la calle, las manos en la cintura, a su lado.
-- ¡Chau, loco! --gritó Antonio, subiendo al auto de Pedro, yéndose-- ¡Chau, Salva!
-- ¿Hablastes con el referí? --le preguntó Lito. Antonio se encogió de hombros.
-- ¿Para qué?
-- Para que no te escrache en el informe.
-- Me echó por tumulto.
-- Por pelotudo te echo --rió Salvador. Antonio levantó la mano, se metió en el auto de Pedro y Pedro puso marcha atrás cuidando de no caerse en la cuneta.
-- Veinte fechas le van a dar a este --dijo Salva, limpiando el pico de la botella de Seven con la manga de la camiseta verde. Chalo no contestó. Apenas si tenía aliento para hablar. Lito, más que sentarse a su lado, se derrumbó, con un quejido animal.
-- Parece mentira --dijo Chalo--. Cuando yo jugaba en la "25 de Mayo", donde no hay limite de edad, pensaba que los veteranos serían más tranquilos, que cuando pasara a la liga de veteranos las cosas se iban a tomar de otra manera.
-- Nooo... --Lito se reía.
-- ¡Pero es peor! Es indudable que las locuras se agudizan cuando viejos. Acá me he encontrado con tipos de cincuenta, cincuenta y pico de años, que se cagan a trompadas, le pegan al referí, se putean entre ellos, más que los jóvenes.
-- Y... --dijo Lito--. Las manías, cuando viejo, se agudizan...
-- Además, Chalo --Salvador ya había encontrado las llaves del auto entre los mil bolsillos de su bolsón deportivo--. El fútbol es asi. Hay tipos que descargan todas las jodeduras de toda la semana acá en la cancha. Yo he visto a tipos cagarse a trompadas en un partido de papi, en un mezclado, que no son ni por los puntos ni por nada. Un picado cualquiera y se han cagado a trompadas, oíme.
-- Sí --aprobó Chalo--. Son calenturas del juego...
-- Es así --cerró Salvador. Dijo "Chau muchachos", puso en duda su presencia para el difícil compromiso del sabado siguiente contra el Sarratea y se fue hacia el auto rengueando ostensiblemente de su pierna derecha.
Chalo se inclinó con esfuerzo hacia sus medias, ceñidas bajo las rodillas por dos banditas elásticas, y las fue bajando hasta enrollarlas sobre los tobillos. Recién allí cayó en la cuenta de cuanto necesitaba liberar su circulación sanguínea de tal tortura y se preguntó como había podido sobrevivir hasta ese momento bajo presión semejante. Volvió a recostarse contra la pared caliente.
-- De todas maneras --retomó-- por más que sean cosas del fútbol, esto de Pascual es difícil de entender.
-- No son cosas del fútbol, Chalo --dijo Lito, sin mirarlo.
-- Dejame de joder... ¡No iban más de cinco minutos!
-- No son cosas del fútbol, Chalo... --Lito hizo un paréntesis largo--. Acá el asunto viene de lejos. Un asunto de guita.
-- Ah... Ah... --se contuvo Chalo. Empezaba a comprender. Lito bajo la voz, confidente, como si alguien pudiese oirlo.
-- Pascual le salió de garantía de un crédito a Lalita. Y el Lalita lo cagó. De ahí viene la cosa.
-- Ahhh... Ese es otro cantar.
-- Claro... Eran socios, o algo así. A mí me conto el Hugo, que era cuñado del Lalita en esa época. Tenían una gomería o algo así, no sé muy bien. Y la cosa vino por el asunto del crédito.
-- Bueno, ya me parecía --dijo Chalo--. No te digo que uno no vaya a entender que dos tipos se agarren a piñas en un partido, porque es lo más común del mundo... Pero, cuando ya uno ve que un tipo, a los cuatro minutos de estar jugando, se cruza la cancha para estrolarlo a otro, y después se reputean de arriba a abajo... Ya sale de lo común, es sospechoso.
-- No --precisó Lito--. La cosa viene de antes. Son cosas extrafutbolísticas --. Con un esfuerzo digno de un levantador de pesas, Chalo se puso de pie.
-- Y ahora les van a dar como ocho fechas a cada uno--dijo.
-- Lo menos. Porque son reincidentes --aprobó Lito.
Fueron ocho las fechas, o diez, o quince. Lo cierto es que, en la segunda rueda, en el partido revancha contra Minerva, Pascual y Lalita estaban en la cancha. Hasta los veinte minutos del segundo tiempo no sucedió nada e incluso dio la impresión de que habían surtido efecto los reiterados consejos de los compañeros de ambos bandos en el sentido de que los seculares contendientes evitaran la conflagración. Hubo un par de cruces, sí, alguna trabada dura, fuerte pero abajo, pero Pascual y el Lalita ni se miraron después tras el choque, atentos a aquello de "reciba y pegue callado" que tantos futboleros pregonan virilmente. Pero, casi sobre el final, en una jugada tonta que no los tuvo como protagonistas directos, los envolvió esa violencia recurrente que parecía ser su sino. Hubo de nuevo corridas, gritos, insultos y el consabido intercambio de golpes entre Pascual y el Lalita, al punto que todos se olvidaron de los otros dos anónimos jugadores que habían iniciado la escaramuza para ocuparse de ellos. La tarjeta roja en alto, elevada por el árbitro con la firmeza y pomposidad con la que puede elevarse un cáliz, marcó, simplemente, el final de un nuevo capítulo para los duelistas.
Una hora después, sentados a una mesa de "El Morocho de Abasto", Chalo apuraba una cerveza con el Alemán. Y el Alemán no cesaba de preguntarse como podía ser Pascual tan pelotudo.
-- Es que... --inició Chalo, consciente de que quien tiene la información tiene el poder--. No es un fato meramente futbolístico, Alemán. Hubo un quilombo de guita entre ellos.
El Alemán lo miró, curioso.
-- Me contó Lito --siguió Chalo--. Una cuestión de un crédito. Parece que Pascual salió de garantía.
-- No --la respuesta del Alemán fue lo suficientemente breve y segura como para cortar a Chalo-- Eso fue después.
-- Me lo contó Lito.
-- Te lo contó Lito. Pero Lito solamente sabe esa parte porque el llegó al equipo hace tres años recién. Eso fue después. Yo sé la justa, Chalo. El quilombo fue de polleras. Lala, en la facultad, estuvo a punto de casarse con una mina y el Pascual se la chorió.
-- ¿En la facultad?
-- Y el Pascual se la chorió.
-- ¡Entonces se conocen de hace una punta de años!
-- ¡Añares! Amigos de pendejos. Entonces Pascual se casó con esa mina, su actual mujer para más datos, sin saber que la mina le había salido de garantía al Lalita en un crédito para una moto.
-- ¡Ah! ¡Y ese es el crédito famoso!
-- Ese es el crédito famoso. Por supuesto, Lalita, en llamas porque el otro le había choreado la mina, dejó de pagar el crédito, y el Pascual se tuvo que poner rigurosamente hasta el último mango. Eso le hizo un buen buco al Pascual.
-- Mirá vos. Así había sido la cosa.
En el camino de vuelta hasta la casa, Chalo no dejó de pensar en las mujeres, en el dinero, temas por siempre conflictivos que pueden llegar a torpedear una amistad, en apariencia milenaria, como la de Pascual y el Lalita. Y siguió cavilando sobre eso casi hasta el final de la segunda rueda, máxime que se había hecho bastante compinche con el Pascual mismo, hombre en el que había descubierto una afabilidad y un certero sentido del humor tras la apariencia rústica y silenciosa del áspero cuevero. Y quiso el destino ("empeñado en deshacer" diría el tango) que en la cuarta fecha del torneo Consuelo, volvieran a encontrarse en el campo con Minerva. Y que volvieran a enfrentarse sobre el campo de juego Pascual y Lalita, quienes, para colmo, no faltaban nunca a sus compromisos futboleros. Como arrastrados por un designio oriental y fatalista, los presentes asistieron puntualmente a las consabidas trompadas, insultos y forcejeos que terminaron, esta vez, con cinco hombres fuera de la cancha.
Suplente de un ocho nuevo que habían traído de "La Cortada", Chalo, recostado sobre un césped que se hacía yuyo, miraba el despelote desde bastante lejos, sin siquiera levantar la cabeza de la pelota que le servía de almohada, propiedad del hijo más chico del Cabezón Miraglia.
-- El asunto no es futbolístico, Cabezón --le confío, locuaz, al Cabezón Miraglia, que todavía estaba rumiando su bronca por no haber entrado de titular--. Hubo un problema de mujeres.
Miraglia no contestó. Siguió masticando chicle, mirando como el Pascual, desaliñado, caminaba hacia afuera de la cancha y se tiraba unos veinte metros más alla, en su ya remanido sendero hacia el exilio de la expulsión.
El Cabezón giró hacia Chalo, se acercó un poco más como para que el viento que favorecía al equipo adversario no llevara sus palabras hacia Pascual y, mientras pateaba prolijamente un hormiguero, le dijo al Chalo:
-- Eso fue después, Chalo.
-- ¿Como después?
-- Lo de la mina fue después. La cosa fue política, más que nada...
Chalo frunció el entrecejo sin quitar sus manos entrelazadas de bajo la nuca, sintiendo el roce auténtico y voluptuoso de la pelota a gajos hexagonales. Le parecía mentira asistir a ese relato por capítulos futbolísticos, fecha a fecha, expulsión tras expulsión, que lo iba ahondando en la vida de dos sujetos conocidos casualmente en las canchas de fútbol, abocados a la defensa de una divisa. El Cabezón se agachó para seguir contando.
-- En la secundaria, Pascual era dirigente estudiantil de izquierda. Estaba en una de esas agrupaciones como el P.T.P., el R.T. nosecuanto, una de esas. Te estoy hablando de los sesenta. Y el Lalita militaba con él. Y un día, yo pienso que debe haber habido uno de esos clásicos celos por la dirigencia, una cosa así, el Lalita se aparece en la escuela, ya estarían por sexto año, con una foto del Pascual, de traje blanco, bailando en una fiesta del Jockey Club.
-- ¡No me jodás! --se asombró Chalo.
-- ¡Te imaginás! --se rió el Cabezón--. En esa época, pasabas nomás frente al Jockey Club y ya eras un conservador, un facho...
-- ¡Claro! Estaba todo tan politizado...
-- Y de traje blanco para colmo el Pascual. En una de esas fiestas a todo culo que se daban ahí.
-- Lo crucificaron.
-- Lo hicieron mierda. Los compañeros de ruta no se lo perdonaron.
-- El Pascual habrá dicho que el puesto que no se ocupa lo ocupa el enemigo --volvió a reírse Chalo.
-- No sé, no sé. Pero se le acabó la carrera política. Pasó de golpe a ser un chancho burgués, un enemigo de la clase obrera.
Se quedaron un rato en silencio, mirando el partido. Tatino acababa de perderse un gol increíble.
-- Es por eso que, después... --retomó el Cabezón--. Pascual se empecinó en afanarle la mina al Lalita. Porque creo yo que fue un capricho, nomás. En venganza.
-- Pero mirá vos --se quedó pensativo, Chalo, mirando al cielo. El Cabezón había empezado a trotar porque Salvador le gritaba "Calentá, calentá!", mientras se agarraba el rebelde aductor derecho que lo tenía loco desde hacía mucho.
Fue Pascual quien le pidió a Chalo que lo alcanzara con el auto. Se había puesto un viejo pantalón de salir sobre el pantaloncito de fútbol y después se había vuelto a calzar pero sin atarse los trabajosos cordones, a los que arrastró hasta que salieron del predio. "Un chico" comparó Chalo, mientras desestimaba la idea de decirle que se atara los cordones porque se podía cagar de un golpe. Y luego, ya en el auto, siguió dando vueltas a los conceptos de dinero, mujeres y política, que entreveraban sus coordenadas y llevaban a dos personas mayores, como Pascual y Lalita, a romperse literalmente la crisma del mismo modo formal y caballeresco con que aquellos románticos personajes cruzaban sus espadas en el relato de Conrad.
--... porque me han dicho que vos, con el Lalita, se conocen de hace mucho --se animó a decirle, por fin, al Pascual, tras un largo silencio en el auto, solo amenizado por el sobrio comentario radial de José Pipo Parattore desde el estadio "Gabino Sosa" de Central Córdoba. El mismo Pascual le había dado pie, tras quejarse de que le ardía una peladura en la rodilla y tambien el piñón voleado que le había acertado Lalita en medio del despelote.
-- Mucho. Demasiado --crispó una sonrisa, Pascual, tocándose una ceja--. Es al pedo --concluyó, con esa críptica frase donde no se entendía bien si encerraba un escepticismo existencial frente al misterio de la vida, o una desalentada conclusión ante el inútil acopio de años de amistad, o de la convicción del guerrero de cara a una lucha que adivina estéril e inconducente.
-- Pero... claro... --se animó Chalo, quizá ante la ambiguedad de la afirmación de Pascual--. Me contaban que no es un asunto futbolero, ¿no? De lo contrario, sería difícil de entender. Por más que uno entienda perfectamente que te podes cagar a trompadas incluso jugando un cabeza en un pasillo...
Pascual volvió a sonreir, o quizá fue solo la expulsión de un poco de aire de sus pulmones.
-- ¿Qué te contaron? --apuró.
Chalo esgrimió la mano derecha en el aire, como espantando una mosca, antes de depositarla de nuevo sobre la palanca de cambios.
-- El asunto de un crédito --intentó ser vago--. Un fato relacionado con la política, algo así...
Omitió el detalle de la mujer, temiendo meterse en temas demasiado privados o bien deschavar al ocasional informante. Pascual estiró otra sonrisa apretada mientras se tocaba la nariz. Pareció que iba a sumirse en uno de sus habituales silencios de cuevero. Pero la siguió.
-- Te informaron mal --dijo.
-- Bueno... te cuento...--mintió Chalo-- que no fueron conversaciones formales. Fueron, digamos, comentarios al pasar, opiniones...
-- Ya sé, ya sé... Pero te informaron mal.
Ya habían llegado. Chalo puteó para sus adentros. Tal vez hubiese debido retrasar la marcha, pero la maniobra dilatoria hubiera sido demasiado ostensible. Pascual abrió la puerta de su lado, puso el bolso sobre sus muslos y saco el pie derecho como para bajarse. "Me pierdo el final" pensó Chalo.
Pascual se había tomado del borde del techo del auto con su mano diestra para dar el envión de salida. Era muy grandote.
-- ¿Sabés de cuando lo conozco yo al Lalita? --dijo, pese a todo--. ¿Sabés de cuando lo conozco yo a ese hijo de puta? --Chalo lo miraba fijo--. De cuando teníamos los dos cinco años y jugábamos en el baby del club Fisherton.
-- Mirá vos --dijo el Chalo.
-- ¿Y sabés de donde arranca todo? ¿Sabés de donde arranca la bronca?
Chalo negó con la cabeza.
-- De un día en que jugábamos contra El Torito y al Lalita le hacen un penal y nos peleamos por patearlo. Mirá lo que te digo. Cinco años teníamos.
Pascual, ya incorporado, medio cuerpo metido dentro del auto, osciló los cinco dedos de su mano derecha frente a los ojos de Chalo.
-- ¿Qué? --amagó reirse Chalo--. ¿Lo quería patear él?
-- ¡Tomá, patear él! --percutió el puño cerrado como un émbolo, Pascual--. El penal se lo habían hecho a él, pero el que los pateaba siempre era yo. Esa era la orden que yo tenía del director técnico. Pero él ya era un pendejo caprichoso. Y nos cagamos a trompadas --Pascual se refregó la cara con la palma de la mano, como con intención de desfigurarse--. ¡Cómo nos cagamos a trompadas ese día, Dios querido! Y de ahí viene todo...
Se irguió por completo y cerró la puerta. Chalo se inclinó un poco para verle la cara.
-- ¿De ahí viene todo?
-- De ahí. Lo demás llega por añadidura. Pero el quilombo empieza con aquel penal.
Pascual dijo chau con la mano y se metió en su casa. Chalo puso primera y se fue, pensando. La vida era mas simple de lo que uno suponía, al final de cuentas.
Extras:
15.7.07
Jazmín
Lo que separa mi raíz de sus raíces, son el número de baldosas amarillas, viejas, y algo sucias que inundan ese patio de barrio. El enano orgulloso y despintado, saca pecho y desafía al observador, desde sus 30 o 40 centímetros al pie de la planta. Es que cuida el tesoro más preciado de la pequeña comarca verde.
La imponente señora, se eleva casi como un árbol por sobre algunos helechos tristes, una dalia enana, y una cala duramente lastimada en su orgullo. Alrededor suyo se ha formado un surco infértil producto del ya poblado follaje, tierra seca en el camino de la hormiga. A su arriba, la mano del duraznero la acaricia exitado, en un roce sumamente sensual. Todos quieren tocarla.
Pero ella, conciente de su brillante resplandor, parece que fija su vista en el imponente tilo que esparce su perfume desde la vereda, al otro lado de los techos. Solo parece, pues en realidad lo único que quiere es que los demás vean que ella es mucho más que ese mustio fondo hogareño, del que se jura salir alguna vez…
Todos la odian. Ven en la ensoñación de sus terminaciones blancas el desafío de ser distinta, de querer destacarse sobre el resto. Ven en la contundencia de sus hojas, la elegancia de la buena manicura, lograda a base de tijera y regadera constante. Ven en sus ojos en flor, un dulzor del que cualquier otro habitante de ese pequeño mundo carece en absoluto. Por eso la aman también.
Los caníbales de mandíbulas afiladas e imparable marcha, derraman litros de saliva al contemplarla, pero no se atreven a tocarla temerosos de que un Dios o Demonio las haga desaparecer por herejía. Temen su poder tanto como temen su belleza, si es que se le puede tener miedo a la belleza. Quiebran entones sus pequeñas espaldas y reverencian la llegada de los pétalos como quien realiza una ofrenda.
Los caracoles miran azorados desde sus casas móviles, estirando sus cuernojos hasta donde les dá la existencia. ¿Puede el caracol oler la flor? Quien sabe, pero los de este patio sí, ya que el aroma de la reina es tanto y tan bueno, que penetra los poros del biscoso sujeto hasta hacerlo sentir embriagado de humor. Dará vueltas entonces dejando su marca en la baldosa, camino a la suela asesina.
Es imposible escapar a su influencia, o se matan o intentan herirla para acabar con su poder. Los más prefieran hincarse ante su decisión. Ella en tanto ignora (o hace que), lo que produce en su entorno. Mira (o hace que) al tilo pedante, mientras le muestra su mejor rostro al sol primaveral de octubre, autor de sus dias, vigía de sus noches. Si hasta parece que el astro le guiña un ojo (aunque todos crean que es una nube pasando).
La limosna cae flotando a veces ya podrida, desde la altura de sus finos brazos hasta su sepultura final. Con ella claro, va el perfume más bello que se haya olido, o lo que queda de él luego de varios dias de lucimiento en su estructura primaria. Cada pétalo es conciente de su misión en la tierra, por eso no tardan en pudrirse generando poco más que unos cuantos minutos de fascinación y envidia. Misión cumplida.
Cuando la flor se suicida entera, como producto de la intromisión de un pico atrevido y danzarín, se dejará caer heroica con un último grito de redención. Será depositada entonces por un cortejo mixto de animalejos, en uno de los rincones del cantero, preparado a tal fin. Nada está improvisado. Ese atrevimiento con alas logra escapar por la velocidad de su batido, pero será castigado por el viento seguramente algún dia.
Mientras tanto, el resto mira durante toda esa primavera su imponente belleza vestida de blanco. Y la consagra nuevamente como su monarca indiscutida. Desde la altura de su ego, Jazmín fingirá no entender nada, mientras su engañosa mirada no puede evitar espiar de reojo el inabarcable horizonte de su reino, el cual me incluye.
3.7.07
Compañeros
(Pueden encontrar este texto acá, junto a muchos de otros. Recomiendo sumarse al club, no está mal la idea)
30.5.07
El derecho de soñar
En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega; en ningún país irán presos los muchachos que se niegan a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo; los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo; la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero; nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene; el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos; la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda; una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú; en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria; la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo; la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte"; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma; los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar; seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.
24.5.07
Microcentro
La calle, el aparatito del brazo, la calle de nuevo. El visitante rutinario se lanza al cemento como escupido por esa máquina que ya se está yendo en atropellada por la Nueve de Julio. Mete el pique corto hasta la otra orilla y libera un poco de presión. Encara decidido y pone la meta en la Plaza "mejor es por acá, que es más ancha"...y asi va a paso firme esquivando pero con la distancia suficiente como para no producir demoras inútiles. Pero en la segunda esquina de andar, el tráfico corria como un rio revuelto, y lo obligó a tomar por esa, mucho más fina y compleja, para no perder el tiempo. Y ahi empezó la joda...
Un vendedor de pulseras intentó abordarlo, un chico en bicicleta casi lo atropella, dos veces los autos le frenaron en las narices, en Florida patinó en un charco aunque no alcanzó a perder el equilibrio del todo gracias a un señor mayor que, agil, evitó lo que era una segura caída. Y eso no fue todo, ya que se insultó con un taxista que depositó su vehículo sobre la senda peatonal, gambeteó a no menos de 5 vendedores de sánguches para oficina, tres pibes con flores, dos ciegos, y diez o quince oficiales de la Federal en plena caceria gastronómica.
Su realidad aromática se tergiversó de tal forma que el otrora delicioso desodorante se ha puesto agrio y envolvente, ya que la campera que fue muy útil a las 9 de la matina, ha dejado de serlo a los efectos de un sol de mediodia tan potente como el carbón encendido. Entonces cansado y con la ropa revuelta, va arrimandose a la meta.
¿Cuantas carreras ganó? ¿Cuantás perdió? La cuenta no está clara, pues fueron tantas...lo que es seguro, es que se dejó todo en la cancha, yendo por afuera cuando fue necesario, picando bien fuerte contra la raya, superando marcadores tenaces y persistentes y saliendo erguido entre los autos buscando la gruesa linea demarcatoria al frente.
A las de pollera corta, las superó en piernas, a los vetereanos con la destreza, a los niños con el largo de los pasos, a los inválidos por eso, y a los policías por su abdomen de Bar barato. Lo cierto es que los rivales a vencer serían los pibes de los deliveris de morfi, que rodeaban la zona con sus ofertas alimenticias para oficinistas pasados de rosca. Pero evidentemente, el hombre ha desarrollado ya una habilidad para desplazarse por esos terrenos, y consigue poner en su lugar a cada ínfimo empleado que se haya cruzado en su camino.
Cuando ya siente como las palpitaciones le estallan en el pecho agitado, sus ojos contemplan la calle de su trabajo, el cartel del garage contiguo, la puerta misma con su chapa y ahora ya el pasillo, los ceniceros, algún lampazo con olor a querosén, y por fin, la puerta de su oficina.
Una primera mirada de verificación, posterior evaluación del clima existente, nivel de las charlas, cantidad de miradas inquisidoras. Todo parece normal, nadie levanta perdíz alguna, asi que no queda más que llegar hacia el escritorio, tomar la carpeta, meter la firma, y cruzar el habitual saludo de media cara con la Jefa, amén de contestar algun interrogante climático de ocasión.
Apoya su cuerpo en la silla y se dice: "Bueno, se acabó la tranquilidad..."
6.2.07
El Idolo
La primera embestida de su cuerpo le dolió como una puñalada entre las nalgas. Casi con sincronización las lágrimas empezaron a salir y pronto le empañaron la gran vista de la ciudad, testigo muda de aquella escena. Una vieja rociaba las macetas con una ridícula regadera verde del otro lado de la Avenida y parecía que los miraba, aunque estaba claro que solo era una sensación suya, ya que la mujer hablaba al mismo tiempo con un gato blanco que se meneaba interesante al borde del balcón. Ahí perdió la esperanza de que alguien sepa, de que alguien oiga y de que alguien, por consiguiente, la salvara de este monstruo.
Pero, ahora que lo pensaba bien, comenzó a preguntarse como la iban a salvar si ella no había siquiera gritado una sola vez. Entonces, abrió la boca bien grande y vociferó con todas sus fuerzas. El otro, ni se inmutó y siguió con lo suyo. Es que, en realidad, ningún sonido salió de su boca aterrada. Estaba muda, completamente muda de terror.
Pasados unos minutos no daba más. El incesante y violento golpeteo de la pelvis del otro sobre sus nalgas le había provocado una molestia importante, no tanta sin embargo como la entrada brutal del enorme miembro sobre su púber canal vaginal, al que creyó sentir sangrante en un momento. Afortunadamente para ella pudo resistir.
Cuando el otro lanzó ese gruñido animal, ella estaba a punto de desvanecerse por el dolor y el miedo. De pronto, comprendió que algo había pasado, ya que sintió un calor intenso y líquido entre sus piernas y luego él se retiro de su cuerpo, jadeando como una bestia, agitado, transpirado y definitivamente desagradable. Se tiró de frente en la enorme cama y levantando su deformado dedo índice le indicó la puerta de salida, al tiempo que le dijo: “Cuando salgas, dejale la llave al portero”. Ella pensó como ese ser tan putrefacto le podría haber dado algo bueno alguna vez.
Se incorporó con dificultad, tambaleante y mareada como un borracho. Se tomó de un aparador para no caer y cuando levantó la vista nublada, lo primero que vió fue a ella misma, reflejada en el enorme y egocéntrico espejo que él poseía en su habitación de estrella. Los pelos revueltos y pegoteados sobre la cara transpirada, la pintura de los ojos corrida, la cadenita de la vírgen pegada por su propio sudor al pecho derecho…se dio asco a si misma, asco y lástima, además de profunda vergüenza.
La multitud de premios que él habia obtenido en tantos años de carrera ilustre, parecían mirarla desde los estantes como evaluándola, como inquiriéndola, reprochándole a gritos: ¿Cómo, no era que por él cualquier cosa? ¿No eras capaz de entregarte por tu ídolo?¿No se te ocurrirá denunciarlo no?¿Le cortarías la carrera?
Ahogó un sollozo con las manos. Por nada del mundo quería que él despertara de ese adormecimiento post-coitum en el que parecía sumergido ahora. Lo único que ella quería era salir de ahí, alejarse para siempre de ese departamento y de él.
LADO B
Se paró ante la puerta color madera y pensó un momento como se lo diría. Ensayó mil maneras distintas, con ademanes y todo, pero no terminó de decidirse cuando ya alguien había empezado a girar la llave. Suerte que ella había conservado la de abajo, porque si no quien sabe si hubiera podido llegar hasta ahí. Respiró profundo, puso una mano en su enorme abdómen y levantó altivamente su rostro para enfrentarlo.
Y ahí estaba él. Palido como siempre, con esas enormes ojeras de éxito, sus pupilas dilatadas por el exceso, y ese hálito eterno a whisky que lo envolvía todo. Los cabellos desordenados y el gesto despreciativo del que se come el mundo. Eso era él.
-¿Qué pasa pendeja?- dijo malhumorado - ¿Quién sos?.
-¿Pero como, no te acordás de mi? – dijo ella incrédula.
-¿La verdad?…no.
- La Piru, de Temperley…hace unos meses…después del Teatro…
-Mirá, ya te dije que no me acuerdo…¿Algo más?
- Si. Esto…
Y ahí, en el momento en el que debía decirle la verdad, en ese instante que ella había aguardado durante tantos meses, en el momento en que su idolo se iba a enterar de que sería padre nuevamente…ahí ocurrió. Nunca sabrá que le pasó por la cabeza, que secreto pensamiento le oscureció la inteligencia y le impidió pronunciar las palabras justas, las oraciones precisas, la idea indicada. Entonces solo extendió su mano izquierda, escondida hasta entonces tras de sí, y mostrando una cajita de compact disc solo atinó a decir:
- ¿Me la firmás?
El bufó algo perturbado, se hizo de un fibrón que tenía sobre el piano y en dos trazos estampó su autógrafo en la gráfica de su nueva producción, salida a la calle solo pocas horas antes. Ella giró sobre su eje y sin decir una palabra, se arrastró por el pasillo de parquét hasta el ascensor.
BONUS TRACK
Ciro no encontraba nada más entretenido que patear las latitas de cerveza que la gente descartaba. Ella lo retaba de tanto en tanto sin demasiada severidad, más bien contemplativa y serena.
El recital parecía terminar, ya estaban en los bises pero la gente no se cansaba y pedia más. Por fin, el último acorde sonó y él se paró bruscamente del piano, como hacia siempre, y saludó tirando flores imaginarias, como también acostumbraba hacer. Ahí ella pensó que serviría y levantó del piso a su hijo, quién pataleó molestó ante el brusco movimiento. Pidió permiso a los codazos y se plantó al borde del escenario, intentando sobresalir entre la gente y a su vez, lograr que pudiera verlos a ambos por sobre los hombros de los gorilones que escoltaban su salida. El seguía haciendo su numerito montado ahora sobre los hombros de su guitarrista, que no tenía otra que festejar la monada. Ahora si, ya viene hacia ella, sin duda llegó el momento.
Cuando estaba por llegar hasta donde ellos, levantó a su hijo lo más que sus brazos le permitían, y gritó su nombre de pila verdadero, esperando lograr su atención. El pareció sobresaltarse levemente y detuvo su marcha por un momento, giró su cabeza y sus miradas se encontraron por unos instantes. Ella entonces le gritó que, ese, el que tenia en sus brazos, era su hijo y el de él.
- Gracias – alzó la voz él. Y se perdió tras el cortinado rojo.
29.1.07
Colonia Vela está de luto
EL CARTERO
Lo vi en el ataúd, con esa cara plácida y jodona, y pensé: Es un chiste. No hay duda. El Gordo se está haciendo el muerto para hacer sufrir a los amigos. Nos está tomando el pelo, pensé.
Eduardo Galeano
17.1.07
La Otra Vaca
El sistema digestivo de la vaca ha evolucionado formando tres cavidades o estómagos que se encuentran antes del abomaso o estómago verdadero. Estas cavidades se denominan retículo, rumen y omaso. En el rumen, que es la cavidad de mayor tamaño, viven microorganismos (bacterias, protozoos y hongos) anaeróbicos que se encuentran en simbiosis con el animal. Estos últimos tienen la capacidad de digerir hidratos de carbono (como la celulosa), el ácido fítico (fuente importante del fósforo vegetal); que la vaca no podría aprovechar por sí misma. A su vez la vaca les provee de un ambiente favorable para su crecimiento.