3.4.09

Persuadido

Imágen que presidió la mesa de mi casa durante 20 años

Siempre me emocionaron las manifestaciones masivas espontáneas, ya sean para apoyar causas y líderes o para festejar logros deportivos, políticos o sociales. Aún sin haberlas vivido más que en documentales, el 17 de octubre o los funerales de Yrigoyen, Evita y Perón me han llenado los ojos de lágrimas ineludiblemente cada vez que vi “La república perdida”. Chicos, mujeres, viejos, laburantes y hasta soldados lagrimeando ante el cajón del general: no es algo que pase por lo racional o la simpatía política, sino la aceptación lisa y llana de un clamor popular por algo o alguien que ha generado sentimientos profundos en una cantidad importante de connacionales. Nada más que agregar.

Ahora, cuando el análisis profundo nos convoca, creo que el sentimentalismo cuasi publicitario de los medios masivos debe dejarse a un lado para poder elaborar reflexiones que nos acerquen verdaderamente al personaje o hecho en cuestión. La acuarela colorea, más no cubre.

Se murió Alfonsín. El Alfonsín de mi viejo, de mis abuelos, de mi tío. El que colgó dentro de un cuadro durante más de 20 años en el comedor de mi abuela. El de la casa está en orden, felices pascuas, a vos no te va tan mal gordito y el de la democracia que dá de comer, cura y educa. El de los brazos unidos y en alto para señalar la victoria y la confianza. El de los bigotazos. El de la calcomanía con los colores de la bandera y las siglas RA. El Alfonso. El tipo que me hizo decir muy seguro en mi niñez “yo soy radical”. Raulito. “Mi presidente”, decía la abuela aún muchos años después de verlo abandonar Olivos.

Nunca me voy a olvidar la vez que mi viejo me arrancó de la cama temprano para remontar el tren hasta la Capital, esa ciudad grande y con olor a humo, que ese día hervía de gente. Mucha, toda junta en una plaza gritando nerviosa, cantando. Banderas albirrojas, banderas albicelestes, y ese señor que salió de un edificio grandote para decirnos que la casa estaba en orden. Yo subido a un banco, mi papá abajo, emocionado.

Me pasé los siguientes 15 años desarmando esa figura intocable. Lo hice por motus propio, porque a pesar de mi estirpe radicheta mi conciencia tenía sus personales caminos trazados de antemano. Tanto fue así, que el Ex terminó siendo para mi una figura clarmente repudiable. Y el tiempo me dio la razón al poder ser testigo mudo de la decepción de mi familia con el correr de los años y las agachadas perpetradas por el otrora símbolo partidario.

¿Alfonsín es el padre de la democracia moderna argentina? No creo. Ese retorno del 83 decantó solo, con un gobierno de milicos ya sin quórum popular y con el trabajo grande realizado: eliminación del enemigo subversivo y entrega del país a los intereses foráneos-criollos del más acérrimo capital concentrado. ¿Para que seguir después de Malvinas? Habían pasado 7 años de “Reorganización Nacional” y ahora había llegado el momento de, puestas las cosas en su lugar, devolver el país a la clase media que esperó, espera y esperará solo la propia estabilidad.

Ahí llegó Alfonsín, con una oratoria como pocas en la historia de la política criolla, enfrentando a una derecha escondida aún bajo las botas, una izquierda totalmente desarticulada, alguna tibia opción progresista como el PI y a un justicialismo aún sin rienda luego de la partida del general. Y los pasó por encima a todos, especialmente después del mayor error proselitista del siglo, como fue la quema de ese cajón con los colores radicales por parte del semianalfabeto Herminio. La gente no quería más violencia. Quería sacar las urnas de donde estaban guardadas para votar e irse a luego a descansar bajo el manto protector de un nuevo padre. Y ese papá había llegado con este señor de verba clara y encendida.

Ahora me pregunto: ¿Qué diríamos hoy si en lugar de Alfonsín el candidato radical hubiera sido el que perdió la interna, o sea Fernando De la Rúa? ¿Chupete sería el padre de la democracia? O peor, ante una eventual derrota radical: ¿sería Luder (un digno representante de lo más derechoso del movimiento nacional y popular) la insigne figura de la república?

Es innegable que algunas de las cosas buenas que hizo Alfonsín (que las hizo), especialmente en los primeros 3 años de gobierno, las hubiera hecho cualquiera con dos dedos de frente. También que tener en el mando a un tipo formado en la tradición democrática, honesto e inteligente, era mucho mejor empresa que cualquier uniformado manchado de sangre. El nuevo presidente fue el abanderado, tanto adentro como en el mundo de un retorno de la Argentina como país serio que buscaba renacer de las cenizas en las que fue sepultado por el escarnio castrense. Dialogó con todos, reanudó relaciones internacionales prohibidas años antes, se apuró a resolver problemas urgentes y se preocupó en hacer respirar al país los nuevos aires que los liderazgos socialdemócratas ochentosos venían imponiendo.

Nueva pregunta: ¿fue Alfonsín entonces un gran presidente? No creo. La ley de divorcio, la solución (¿?) del conflicto con Chile y el juicio a las juntas, no pueden tapar la enorme crisis económica en la que nos sumergió (¡basta ya de la cháchara del “golpe de mercado”!), el retroceso cobarde que simbolizó el punto final y la huida desesperada del poder, cuando ya la plaza no se llenaba para bancarlo sino para repudiarlo.

Todo lo bueno que pudo hacer gobernando, tampoco alcanzó para hacernos olvidar que se sentó como “opositor” a trenzar la rosca que le daría la posibilidad al nefasto de Anillaco de transformar al pais en el falso Miami que fue en los 90. O sea: el gran demócrata fue co-responsable del saqueo, el despilfarro y la vergüenza de la segunda década infame. No mató, pero lustró el bufo antes de que otro lo usara.

Como corolario, “el padre de la democracia” apadrinó al monstruo bifronte aliancista, un engendro condenado al fracaso desde el mismo momento en el que la ortodoxia radical (con su santo y seña) decidió apoyar a un arteroesclerótico a la presidencia, que se fue como él, huyendo pero esta vez a los tiros. Cuarenta argentinos asesinados así lo atestiguan.

Desde entonces, y continuando la tendencia retráctil de su accionar, se dedicó a manejar en las sombras las ruinas de su propio escudito, tristes retazos de lo que supo ser el partido revolucionario de Alem e Yrigoyen. Nadie lo pudo reemplazar en ese rol, y nadie lo hará. Como Illia, no se fue del poder pleno de lujos. “No robó”. Quizás no sea mucho, pero fue motivo más que suficiente para que sus correligionarios hayan desempolvado las boinas blancas y lo acompañaran envueltos en lágrimas hasta su última morada.

Quizás también lo sea para que las agencias de negocios a gran escala (los medios masivos) hayan armado un circo fúnebre de dos dias completos de duración en el que otros muertos menores (los de la inseguridad, los del dengue, los de hambre), se hicieron invisibles, generando una realidad dentro de otra que ellos mismos inventan a diario (te cambio la cadena del miedo por la cadena del luto).

Su vida será razón de reverencia para muchos. No para mí. El “honestismo” (Caparrós dixit) es condición necesaria pero no suficiente ante semejante homenaje. Por más que hago fuerza, Alfonsín me sigue sonando a hiper, a miseria, a plan austral, a traición a las Madres, a huida de la responsabilidad, a acuerdo espúreo, a bipartidismo, a abrazo con Menem, a abrazo con Cafiero, a abrazo con Duhalde…en definitiva, a asado eterno con los “barras” del enemigo-amigo. A rosca.

Por lo que excusándome nuevamente por lo ingrato del planteo, insisto: estoy absolutamente persuadido de que en esta no me engancho. Y sepan disculpar lo descortés de mis palabras hacia un finado reciente, pero a mi no me dolió en absoluto su partida de este mundo.

Papá hizo ese mismo viaje hace unos años, incluso antes que el abuelo decidiera finalmente descolgar la imagen del presidente de la pared de casa. Esa es mi única tranquilidad. La de no tener que llorar su llanto por Alfonsín, el hombre que le llenó el pecho de orgullo alguna vez.

El sí se hubiera puesto muy triste por todo esto. Yo no.

2 comentarios:

Chinaski Wiesler dijo...

me gustó mucho. le sacaría algunos lugares comunes.
pero como (con esa falsa timidez aburrida que a veces me caracteriza) fui parte de esa mesa y de los comentarios con patente de honradez de tu viejo hacia la figura del cuadro, no esperaba otro comentario de tu parte. yo tampoco estoy triste. para nada; sí con el uso político del luto de lo que queda de la uceerre. es lo que hay

Leonidas dijo...

Comaparto la mayoria de tu rasonamiento, igual me pone un po co triste. ALfonsin sigue siendo dentro de la politica argentina el tipo que no robo, algo que politicamente no dice mucho (uno puede robar y ser menos jodido que un buen y honesto gobierno de derechas), pero que en el contexto politico argentino si lo hace.

Bueno, y despues esta todo el rollo no racional de mi relación con la Argentina de los 80s, de mi infancia... pero eso es otro viaje.