16.8.08

De por qué no me gusta Riquelme en la selección


Es algo más que corriente que en los momentos de la vida en el que aparecen las crísis, salgan a la luz las tensiones ocultas, las miserias, el "detrás de la escena", los trascendidos, lo que no se veía en una primera lectura superficial; las mierdas, decimos en Argentina.
En fútbol, ni hablar. Pasa absolutamente siempre, transformando al plantel más armónico en un nido de víboras sedientas de sangre...En esos contextos hacer leña del árbol caído, apelando a la crítica fácil, es moneda corriente entre el público futbolero, más aún en un pais en el que "somos todos técnicos". Pero lo verdaderamente curioso, es que con el mismo tic se muestran una y otra vez los hombres de la bendita prensa especializada, devenidos de pronto en iluminados que señalan errores "con el diario del lunes", como se dice comúnmente.
No será este caso, pues quiero hablar de algo negativo en un contexto positivo, al menos desde el resultado. La selección argentina sub 23 que participa en los Juegos Olímpicos de China, acaba de derrotar a Holanda por 2 a 1 y se clasificó para disputar la semifinal con el omnipresente Brasil. De ganar nuevamente, se aseguraría una medalla de plata al menos. Quiero entonces, abordar un análisis crítico en la victoria, momento más fructífero para hacerlo sin culpas.
La pregunta que cae de madura (y desde hace rato) es: ¿a que juega la selección de Basile, en este caso representado por el otrora barbado Checho Batista? Ese es un interrogante que se hace la mayoria de los hinchas argentinos (y los hinchas con micrófono), desde que el Coco asumió su segundo periodo al frente de la albiceleste, a mediados de 2006. La complejidad de la respuesta obliga a un análisis pormenorizado de la cuestión, y los considerandos son infinitos. Por eso, solo me voy a centrar en uno de ellos, al que considero central para responder a todos los demás. Lo resumo en un enunciado: Argentina no juega a nada porque Riquelme no juega a nada.
Si, ya sé, riquelmianos, bosteros y líricos en general, me saltarán a la yugular como leones hambrientos. Dirán que uno brega por el antifútbol, que prefiere a un áspero cuevero rompetibias y que se solaza con un recio rechazo a las gradas.
Nada de eso, lamento decepcionarlos. Uno es de esos amantes incorregibles del buen fútbol, del pase fino, de la pared justa, y de la caricia al gol. Por ende, puedo decir con todo orgullo que a mi me gusta muchísimo la técnica de J.R. Pocos players argentos (casi nunguno) han demostrado tamaña capacidad para dominar el balón, tan buen panorama de juego y la capacidad de meter pases como estiletazos entre la maraña de piernas que comúnmente puebla cualquier área de juego (pases bochinescos, diría un relator). Algunas imágenes de archivo retratan mejor que mil palabras la belleza que poseen sus movimientos, como aquel caño invertido a Yepes que será repetido hasta el fin de los dias por los canales de deportes.
Esto sin contar su precisión increíble en los tiros libres, tanto en los que van directo al arco, como en los que terminan en la cabeza de algún compañero avispado. Bellas combas, furibundos remates, y una especie de tiro seco que parece que se eleva al cielo, para bajar de golpe y sorprender al confiado arquero, soldado inútil en su caminata al fondo de la red para "sacarla de adentro", al tiempo que Román trota sin prisa hacia una esquina para colocar sus manos en las orejas, como el Topo. Todo muy lindo, pero....
Pero el Riquelme actual (y no ese pendejo desfachatado de la era Bianchi), este jugador maduro, de 30 años, de tibio paso por Europa y que hoy posee la Nº10 de Boca y la selección; este Juan Román, no juega absolutamente a nada.
¿Perdió la habilidad? ¿No se recuperó bien de una lesión grave? ¿Está fuera de estado? ¿Está deprimido? Ninguna de estas incógnitas encierra una probable respuesta. Lo que le pasa a Riquelme, es que no tiene valentía. Con la pelota en los pies se lo ve timorato, inexpresivo, lento, (y acá viene lo peor) exasperantemente conservador.
Si uno tiene la suficiente capacidad de observación como para despegar su figura de la de los demás, si uno cuenta mentalmente las ocasiones perdidas por su responsabilidad, si uno se toma esa tarea, descubrirá que son infinitamente más numerosas las puertas que cierra que las que abre.
Veámoslo asi: pensemos el fútbol como un enorme edificio en el que cada departamento es una posibilidad distinta de llegar al gol. Generalmente, uno solo accede al depto propio o a aquel en donde lo dejan pasar los amigos. Pero hay alguien (uno por cada construcción), que si puede entrar y salir de ellos casi sin pedir permiso: el portero. Este trabajador tiene el manojo de llaves al alcance de la mano y sabe a ciencia cierta, que lo puede utilizar en caso de emergencia (que puede ser en cualquier momento). O sea: tiene todas las posibilidades de llegar al objetivo, tan fácil como rápido. Por lo tanto, y apartir de esto, me pregunto: ¿que pasaría si, por un artificio del destino, repentina locura o secreta imposición de alguna fuerza maligna, ese portero tan servicial, trabajador, honesto y capaz como fue toda la vida, de golpe arrojara el racimo de llaves a la calle a la vista de los transeúntes ocasionales? El seguro correlato de esta pequeña historia incluiría como mínimo, en primer lugar, el reemplazo de todas las cerraduras del lugar; y en segundo, el cambio de portero.
Trasladando esto al campo de juego, tenemos un enganche (portero) que desaprovecha los huecos que se abren en las defensas (y que son un posible acceso al gol), para canjearlos por la seguridad de un pase hacia atrás, al cuevero o quizás a un líbero aburrido. Una finta prometedora (siempre de espaldas a la meta rival), solo para ubicar la pelota recta sobre una de las bandas, pasandole la responsabilidad al carrilero de turno (y no siempre hábil con el balón). En suma: Riquelme no juega, no dá más pases, no acaricia la globa como antes: se la saca de encima. No juega ni hace jugar.
Se me dirá: "de afuera es fácil hablar". Claro que para contestar ese tipo de observaciones, las comparaciones (que no son siempre odiosas), sirven. Si bien es cierto que enganches cada vez hay menos, algunos aún engalanan la posición. Ahi está Ronaldinho por ejemplo, que aún no estando en óptima forma, funciona como la contracara de este jugador. Él, como el burrito Ortega, Messi y tantos más, tienen la virtud de intentar siempre ir para adelante, de buscarle la vuelta a la jugada, de generar espacios, en fin de correr riesgos, que de eso se trata el fútbol.
Por el contrario, Riquelme no genera, solo cuida lo que hay, administra la pobreza general. Parece ser un adalid del conservadurismo que dicta siempre "hay que tenerla, cuidarla, aguantar". Eso sigue haciendo muy bien: aguantar la pelota, situación que genera muchas faltas a favor y posteriores tiros libres, pero no mucho más que eso. Para Morón, Temperley o incluso Gimnasia de Jujuy puede estar bien. No para la selección argentina.
Increíblemente el señor Basile sigue apostando ciegamente a un sistema basado pura y exclusivamente en el funcionamiento de Riquelme como eje único de circulación de pelota, desaprovechando las bandas que tan bien solía usar el "loco" Bielsa. Pone a Román y uno o dos cincos de buen manejo y misma misión: tenerla y aguantar (Gago, Banega, Mascherano, grandes jugadores desaprovechados por el esquema). El resultado es previsible: el 10 siempre de espaldas, lento, cansino y aburridísimo, tocando para atrás, una y otra vez. Horrible a los ojos, decadente para el siempre respetado fútbol argentino.
La característica actual de nuestra selección es esa: la lateralización eterna, la descarga defensiva y el consecuente pelotazo de los centrales para que se maten los de arriba, mientras el 10 trota apático hacia un costado.
Así pasan oscuros y olvidables encuentros en los que el pequeño genio de Messi salva las papas con una que otra maniobra individual, sacada de su galera por la voluntad de retroceder unos metros para hacer lo que su compañero no puede, no quiere o no lo dejan hacer: tomar la pelota y encarar de frente al área contraria, buscando el pase incisivo, preciso, inquietante y por sobre todas las cosas: para adelante.
Entonces, sigo preguntando: si Juan Román Riquelme ya no es el jugador desfachatado, potreril, atrevido y elegante de antaño, ¿por qué se insiste en erigirlo como eje central de un circuito futbolístico de semejante envergadura como el seleccionado nacional argentino?. ¿Acaso no hay opciones dentro del innumerable semillero albiceleste para reemplazarlo, o al menos acompañarlo en la hermosa tarea de la creación ofensiva? La respuesta claramente es positiva y grita por ser escuchada.
J.R., al igual que el potrero de nuestro cuento, ha extraviado las llaves que conducen al gol y las ha cambiado por simples, monótonos, opacos y previsibles "pasadores" de fierro barato, tan fáciles de sortear como una abertura sin puerta.


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