28.5.08

Infiel


Otra vez se le quedaba mirando el sereno del edificio de enfrente. ¿Sospecharía algo? En cualquiera de los casos, que importaba; no tenía la menor conexión con su vida y nunca se le ocurriría decir nada a nadie. ¿O si?
El ruido de la puerta del ascensor al cerrarse, provocado por el impulso de su propia mano, lo sobresaltó. No se había dado cuenta de lo que hacía. Pero para cuando podría haber reparado en ese detalle, su pensamiento ya había volado de nuevo, de la situación y de su propia reflexión interna.
Ahora tiraba la cadena. Vio su meo dar vueltas en el agujero hasta ponerse espumoso y, finalmente, inodoro, incoloro e insípido. No pudo evitar la comparación, y de pronto fue su propio meo, girando perdido hasta desaparecer.
Volteó la cabeza hasta dejarla descansar entre los el marcos del espejo, ya gastado en los lados, marrones y sucios de tanta sombra. Y vió la vida saludar desde el cenit de su cabeza, y descender por la frente, hasta irse lejos. Contempló su propia caricatura triste y contó mil nuevas arrugas, a la par que pensaba en una nueva mano de pintura para el techo, casi descascarado por completo.
Se arrastró por el living, pasó los 18, el cumpleaños 60 de papá y esa en Córdoba con la Tia Eulalia. La del casamiento se resistía al desalojo hacía rato, junto a la puerta de la habitación. Desteñía humedad.
Abrió la puerta sigilosamente para evitar los tipicos crujidos, No pudo evitarlo, pero aún asi no generó movimiento en el bulto bajo las cobijas. Luego de un momento de zozobra en la penumbra, avanzó delicado pero decidido hacia su mesita de luz. Cuando estuvo junto a ella apoyó suavemente las llaves del auto y la billetera. Se sacó con cuidado el reloj e hizo lo mismo, procurando dejarlo lo suficientemente lejos del borde para que no se cayera al prender el velador por la mañana. Se quitó los zapatos utilizando la punta de cada pie sobre el tobillo del otro. La gamuza patino suave por el calcetín de seda. Cinturón, pantalón, sueter y camisa, todos al respaldo de la silla antigua que dormía en la esquina de la enorme pieza.
Tomó con cuidado el extremo de las cobijas y las elevó lo suficiente como para dejar ingresar su menudo cuerpo al área cálida que limitaba el colchón por abajo, y el cuerpo de la persona que yacía en él, por el otro extremo. Entró con gracia, solo emitiendo un imperceptible suspiro de alivio. Se acomodó prácticamente en el mismo movimiento.
Miró en la oscuridad y encontró la silueta de los números amarillos de su reloj sobre la mesita: las 3:12. Todavía tenía unas horas como para poder descansar el cuerpo. Después de todo ya se había acostumbrado a dormir poco. Cerró los párpados inútiles de luz y se dispuso a dormir. En eso escuchó el sollozo…
Un gemido mínimo, pero audible. Entrecortado, pero constante. Se alarmó automáticamente y la miró. La mujer dormía exhalando un grueso ronquido, gutural, bestial casi. Se dijo a si mismo que no podía ser y atinó a mirar en cada rincón de la habitación, sin sacar jamás la cabeza completa de bajo el abrigo. Nada. Pero el sollozo continuaba. ¿Quién era entonces?
Era él. Lloriqueaba como una nenita perdida en la multitud, o peor, perdida en el desierto. Las lágrimas corrían por su mejillas a raudales, y sus fosas nasales comenzaban de a poco a poblarse de mucosidades que dificultaban cada vez más la respiración. Pero lo peor no era esto: sino que el ruido de su propio llanto iba in crescendo hasta convertirse en un espasmo espantoso lleno de congoja. Intentó concentrarse y repasar los hechos: él no podia estar haciendo eso, si ya era algo totalmente normal, una rutina de años, un filito histórico. Pero seguía, y si no acababa ya, lo delataría. El último pensamiento fue simultáneo a la pregunta de su esposa: ¿Qué te pasa Roberto?
No se había dado cuenta de lo que hacía. Pero para cuando podría haber reparado en ese detalle, su pensamiento ya había volado de nuevo, de la situación y de su propia reflexión interna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gustó el relato y la nota q encontró sobre JDP y el comienzo de la aniquilación. Saludos