Diez (10) años puede ser mucho y también puede ser poco, depende desde donde se lo cuente. Para la vieja historia del mundo es un parpadeo, para un exiliado puede significar una eternidad, al igual que para volver a salir campeón (en este último caso también depende si el cuadro del cual uno es hincha, es un grande o un chico). Lo cierto es que cualquiera sea el punto, objetivamente hablando 10 años "miden" lo mismo en cualquier situación...o en casi todas. La excepción puede hallarse cuando hablamos de una ausencia prolongada como la sola aparición de la muerte puede provocar. "Esos" años se cuentan distintos a todos. No son almanaques, no son fotos viejas, no son estadísticas; son una sucesión de momentos vividos en ausencia del que se fue, del que un dia dijo adiós, del que presentó la renuncia indeclinable a su cargo en la tierra...
Y hoy hace "estadísticamente hablando", diez años que se nos fue Osvaldo Soriano. Para el desprevenido que no lo conoce o lo conoce poco, solo diremos aqui que fue una especie de Arlt de su tiempo, un incomprendido escritor demasiado culto para ser considerado popular y demasiado popular para ser considerado culto. Para mi y muchos más, un genio.
Un genio que supo condensar en poco más de 120 páginas la historia tremendamente contradictoria del peronismo, ergo, de la Argentina. "No habrá más penas ni olvido", una historia increible sobre un movimiento político increible; un conflicto sin posibilidad de tregua ni solución más a mano que la muerte. Los que lo leyeron o vieron la película de Héctor Olivera (muy fiel a la historia original) saben de lo que hablo.
Y ni hablar de la "segunda parte" de esta increíble novela. "Cuarteles de invierno" es tan buena y hasta mejor que su predecesora. El mismo escenario, ese Macondo sorianesco que es Colonia Vela, un pueblo ideal para que las fuerzas oscuras pre-dictadura hagan su faena conta los dos protagonistas principales: el cantor de tango y el boxeador, caidos como de un catre hasta el mismo fondo del infierno. Atrapante, inquietante, dolorosa...con el sello del mejor Osvaldo.
Claro que no se puede hablar de Soriano sin acordarse del fútbol. De su San Lorenzo querido, de su pasado como número 9 en la Patagonia o en el fin del mundo, de sus intrincadas conversaciones con el Negro Fontanarrosa o de sus contratapas en Página/12. Todos en el mismo hombre, un escritor si, pero futbolero como pocos.
"Estoy cansado de llevarme puesto" dijo un dia. Y un 29 de enero de 1997 se nos fue nomás Soriano, el Gordo como le decian sus amigos de la vida. Uno de ellos fue nada menos que Eduardo Galeano, que le escribió estas bonitas palabras que les dejo a continuación. De mi parte solo les recuerdo la frase de Mateo Guastavino, el perseguido "marxista" de Colonia Vela que ante el apriete de los fachos dice: "A mi no me interesa la política...yo siempre fui peronista".
Chau Osvaldo querido, hasta siempre.
EL CARTERO
Lo vi en el ataúd, con esa cara plácida y jodona, y pensé: Es un chiste. No hay duda. El Gordo se está haciendo el muerto para hacer sufrir a los amigos. Nos está tomando el pelo, pensé.
Pero Manuel Soriano, el hijo del Gordo, que es idéntico al Gordo aunque mucho más chiquito y que andaba por ahí con su camiseta de San Lorenzo, nos dio la justa. El le había dado una carta al padre, para que se la entregara a Filipi. Filipi, gran amigo de Manuel, había muerto también, un poco antes, y él lo había enterrado, con cruz y todo, en un pocito del fondo de su casa. Filipi tenía forma de lagartija y costumbres de camaleón, porque cambiaba de color cuando quería. En la carta, Manuel le decía que lo extrañaba mucho y le enseñaba un jueguito, para que Filipi pudiera entretenerse en la muerte, que es muy aburrida. En el jueguito había que escribir las letras que faltaban: "Usá las uñas, Filipi", le decía Manuel.
Entonces lo vi claro. El Gordo se nos fue por un ratito nomás. Está trabajando de cartero de su hijo. Ahora nomás vuelve. A mí ya me parecía, porque es evidentísimo que este mundo no puede ser tan espantosamente triste, solitario y final; y un tipo tan buenazo como el Gordo no podía hacernos la cochinada de dejarnos sin él.
Eduardo Galeano